el escenario
de las comunicaciones es tan grande como el espacio que previó Hertz. Las ondas del sonido llegan hasta donde vuela la nube y hasta donde las galaxias se pierden. Ni siquiera los telescopios de Atacama pueden captar su último rincón hasta donde se estiran.
Pero si existiera un ser allá que pudiera oír o un espacio hasta donde la onda pudiera multiplicarse hasta ese punto y hora, llegaría la onda con su encargo de sonido para llevar el mensaje trasmitido.
Nullam a auctor
urna disse
a auctor.
Pero parece que nuestros “comunicadores” ilustrados del siglo de los satélites no han captado la magia y obviedad de esta realidad. Se encierran en su salita alrededor de una mesa, se sientan frente a los micrófonos junto al jefe del programa y empiezan a hablar con sus colegas actuando como si ellos solos existieran. Hacen de cuenta que el teatro de la radio fuera el estudio de su emisora. Y que el mundo de allá, en las ciudades, en el trópico o en las lejanías no fuera su objetivo