martin patricio barrios | blanco. Yamal, el fin del mundo blanco. yamal, el fin del mundo (cc license) | Page 88
Dima contó algo que debíamos haber hablado con unos ucranianos
entre vagón y vagón, al lado de la caldera de carbón mineral, conge-
lados para poder fumar de vez en cuando. Por 100 Rublos la policía
nos dejó fumar durante los dos días. No fue fácil, la policía rusa no
entiende mucho de metáforas, pero pagamos 100 cada uno para ser
felices aspirando tabaco barato entre remolinos de viento helado.
Yo no entendí nada más que gestos hoscos. No entendí más que las
cuencas oscuras de cansancio o de miedo. No más que la inmensa
profundidad de los ojos de los ukranianos que se escapaban de la
guerra yéndose al fin del mundo. No entendí las anécdotas, la topo-
grafía, los accidentes. Entendí lo que se entiende. También entendí
en el fondo de las larguísimas pitadas que Roman le daba al Lucky,
qué pensaba Roman de lo que Dmitry contaba.
Cuando llegamos a Salejard, los ucranianos me dieron la mano, son-
rientes, como se sonríe el viudo saludando a los que lo consuelan
y pronuncian frases inentendibles, pero el apretón de manos era
cierto. Las manos ásperas, duras, durísimas. El dolor áspero, duro,
durísimo.
Yo no entendí una palabra. Tal vez Roman entendió alguna cuando
Dima le contaba.
En Moscú, Dima me contó los detalles, me contó los accidentes. Yo
no le pregunté. A él le pareció que tenía que saberlo.