martin patricio barrios | blanco. Yamal, el fin del mundo blanco. yamal, el fin del mundo (cc license) | Page 70
Ella puso el pedazo de costillar de reno sobre el fuego. Lo acomodaba con
golpecitos cortos. Después lo dio vuelta. Desarmó las costillas y las repar-
tió. Yo las comí con desesperación. Con la desesperación de quien nunca
hubiera comido en la vida; comí nublado por un delirio de aromas desono-
cidos y de sabores exóticos. Me chupé los dedos, eructé, no fumé porque
no tenía más cigarrillos, tomé otro trago de vodka y, al final del festín, me
acosté de lado sobre la nieve. El fueguito era un montoncito de carbones
en medio de un barrial desprolijo. Un poco más allá, las mujeres se cubrier-
on las cabezas con sus pieles de zorro. Yo les miraba las miradas tranquilas
entre los pelos de zorro adornados con medallones de bronce. Dima se tiró
sobre las lanzas del trineo, al rato roncaba, pero sé que estaba asustado.
Me cubrí la cara para que no me nevara encima. Cerré los ojos. Cerré los
ojos y pensé despacio, pense algo así como: si esto es todo, no está mal,
no está mal. Nevaba despacio y se podían ver como en una nebulosa las
siluetas de los árboles.
Me dormí pensando en las probabilidades de que alguien pudiera encon-
trarnos en la tundra.
Al día siguiente llegó una moto de nieve.
El hombrecito se bajó sonriente, se me acercó sacudiendo el brazo para
liberarlo abajo del sacón de pieles, lo sacudía de esa forma graciosa que
tienen los nenets de sacar el brazo y me alcanzó un paquete de cigarrillos.
Esto no es todo, hay más, hay mucho más para mí.
Fumé con una tranquilidad asombrosa. Hay tanto más.