martin patricio barrios | blanco. Yamal, el fin del mundo blanco. yamal, el fin del mundo (cc license) | Page 62

Algo aprendimos desde la escuela. Más allá de las extrañas pretensiones de la señorita Perla, que acumulaba mierda debajo del casquete violáceo de su pelo batido y sosteni- do a fuerza de litros de goma arábiga vaporizada, atrás del carmesí rabioso de un lápiz labial que resistía, más o menos consolidado, los primeros 45 minutos y después acu- saba cosas como escaras que chorreaban según la temperatura y humedad ambiente y la cantidad de saliva que hubiera escupido en su sermón, pero que a pesar de la mierda que le brillaba en los gigantescos aros de bijouterie barata o en la mirada de enano que guarda en su poder la pócima mágica con que va a convertirte en sapo, tenía claro cuál era su lugar en ese lugar húmedo y descascarado: educar, sea lo que sea que hubiera que educar; más allá de sus pretensiones, ella misma y su mierda misma eran parte del aprendizaje, no del entendimiento de la aritmética, del caudal del río Nilo, del indicador de modo o del ciclo del oxígeno; entender la extraña trama en que se fundan las rela- ciones de poder, la miserable estructura de la maldad, los misteriosos caminos por los que se va resolviendo el más elemental de todos los odios. Ya en la escuela le pegamos al gordito, le robamos al tonto bajo la mirada afirmativa y orgullosa de la señorita Perla que, como depositaria sarmientina del saber, nos lo hizo saber, a su manera, con su poé- tica: somos inmensamente crueles, es nuestra naturaleza de hombres. O así pensé yo, porque la señorita Perla me lo hizo saber, porque el señor Videla me lo hizo saber, porque la señora Thatcher, el señor Bush, la UN, el ACNUR y hasta los dedicados médicos brahmanes de la madre Teresa me lo hicieron saber; porque lo vi en Ruanda, en Camboya, en el conurbano, en todos lados lo vi así y así lo creí. Pero un día desembarqué a medias congelado de un trineo en un punto del universo que es blanco hasta donde mires y miré al rededor, hasta el horizonte, di la vuelta completa: están rodeados. En ese lugar que hasta ahora nadie quería, que a nadie importaba, estaban a salvo, como estaba yo al principio del día anterior que la señorita Perla me hablara de algo que se llamaba sujeto y de algo que se llamaba predicado una vez que lograron ponernos en una fila y adjudicarnos un banco. Pero ahora hay quienes lo quieren aunque no les importe. Ahí vienen los secuaces de la señorita Perla.