martin patricio barrios | blanco. Yamal, el fin del mundo blanco. yamal, el fin del mundo (cc license) | Page 14
Habré ido hasta los bordes de los estaños de bares obscuros, tanteando con los pies
para no chocar las sillas, los borrachos, los pedazos de amores sin esqueleto que
rodaron por el piso entre botellas rotas y cáscaras de maní. Y yo toqué con la punta de
mis zapatillas rojas, lento por las circunstancias, estiré las puntas de las zapatillas rojas
y desatadas, lentas por la circunstancias, buscando el fondo o los escombros o las bal-
dosas levantadas para no tropezar, para no caerme en el borde del estaño en tiempos
en que había estaños y vinos espesos salidos de las grietas del AA machucado en la
puerta del Don Felipe; toqué el borde de los abismos, con la misma incertidumbre de los
niños jugando al gallito ciego, y una vez afuera meé contra las paredes sosteniéndome
con las palmas enrojecidas, sabiendo que había vuelto, que estaba afuera, sobre piso
estable, y el aire frío me traía de los pelos, a las cachetadas al piso frío y estable por el
que corrían hilos de orín hasta la calle.
Ah, o los bordes de la delicadeza, del orgullo, del principio: yo nunca pagué, gil; nunca
pagué aunque miré desde adentro el cartel que anunciaba la vida, un cartel de chapa
con la más escandalosa metáfora, pura, espléndida metáfora que me dio valor para ba-
jar los ojos, para caminar sin respirar con la nuca endurecida y con las orejas monstruosas.
«Hadas perfumadas acariciarán su ensueño». Y vos sabés, hermano, del perfume de
las hadas que venían a acariciar tu ensueño, vos sabés que las hadas habían llegado al
fondo cocidas de estrías pálidas como surcos de barcos cargueros en el mar.
Habré ido ahí también, hermanito. Ahí también.
Y ellos se quedaron mirando de lejos, con sus culos flácidos, refugiados en la neutrali-
dad de la helvética bold, disgustados por la amenaza de unos hombrecitos con las ca-
bezas enfundadas, hasta que las mamás llamaron ¡a tomar la leche!, ¡a tomar la leche! y
volvieron corriendo con los culos fofos apretados contra el viento.
Una noche me subí a un avión de Turkish Airlines con un billete de canje y empecé a ir
hasta ese lugar que se llama el fin del mundo. Y, en algún sentido, no volví más.