El señor Centeno, después de recrear su espíritu en las borrosas columnas del Diario, y la
Señana, después de gustar el más embriagador deleite sopesando lo contenido en el calcetín,
se acostaron. Habían marchado también los hijos a reposar sobre sus respectivos colchones.
Oyose en la sala una retahíla que parecía oración o romance de ciego; oyéronse bostezos,
sobre los cuales trazaba cruces el perezoso dedo... La familia de piedra dormía.
Cuando la casa fue el mismo Limbo, oyose en la cocina rumorcillo como de alimañas que salen
de sus agujeros para buscarse la vida. Las cestas se abrieron y Celipín oyó estas palabras:
-Celipín, esta noche sí que te traigo un buen regalo; mira.
Celipín no podía distinguir nada; pero alargando su mano tomó de la de María dos duros como
dos soles, de cuya autenticidad se cercioró por el tacto, ya que por la vista difícilmente podía
hacerlo, quedándose pasmado y mudo.
-Me los dio D. Teodoro -añadió la Nela- para que me comprara unos zapatos. Como yo para
nada necesito zapatos, te los doy, y así pronto juntarás aquello.
-¡Córcholis!, ¡que eres más buena que María Santísima!... Ya poco me falta, Nela, y en cuanto
apande media docena de reales... ya verán quién es Celipín.
-Mira, hijito, el que me ha dado ese dinero andaba por las calles pidiendo limosna cuando era
niño, y después...
-¡Córcholis! ¡Quién lo había de decir!... D. Teodoro... ¡Y ahora tiene más dinero!... Dicen que lo
que tiene no lo cargan seis mulas.
-Y dormía en las calles y servía de criado y no tenía calzones... en fin, que era más pobre que
las ratas. Su hermano D. Carlos vivía en una casa de trapo viejo.
-¡Jesús! ¡Córcholis! Y qué cosas se ven por esas tierras... Yo también me buscaré una casa de
trapo viejo.
-Y después tuvo que ser barbero para ganarse la vida y poder estudiar.
-Miá tú... yo tengo pensado irme derecho a una barbería... Yo me pinto solo para rapar... ¡Pues
soy yo poco listo en gracia de Dios! Desde que yo llegue a Madrid, por un lado rapando y por
otro estudiando, he de aprender en dos meses toda la ciencia. Miá tú, ahora se me ha ocurrido
que debo tirar para médico... Sí, médico, que echando una mano a este pulso, otra mano al
otro, se llena de dinero el bolsillo.
-D. Teodoro -dijo la Nela- tenía menos que tú, porque tú vas a tener cinco duros, y con cinco
duros parece que todo se ha de venir a la mano. Aquí de los hombres guapos. Don Teodoro y
D. Carlos eran como los pájaros que andan solos por el mundo. Ellos con su buen gobierno se
volvieron sabios. D. Teodoro leía en los muertos y D. Carlos leía en las piedras, y así los dos
aprendieron el modo de hacerse personas cabales. Por eso es D. Teodoro tan amigo de los
pobres. Celipín, si me hubieras visto esta tarde cuando me llevaba al hombro... Después me
dio un vaso de leche y me echaba unas miradas como las que se echan a las señoras.
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