bajar escaleras, pasar trincheras, remontar taludes, descender el plano inclinado; en fin,
recorrer todas las minas de Socartes desde un extremo, que es este, hasta el otro extremo,
donde están los talleres, los hornos, las máquinas, el laboratorio y las oficinas.
-Pues a fe mía que ha sido floja mi equivocación -dijo Golfín riendo.
-Yo le guiaré a usted con mucho gusto, porque conozco estos sitios perfectamente.
Golfín, hundiendo los pies en la tierra, resbalando aquí y bailoteando más allá, tocó al fin el
benéfico suelo de la vereda, y su primera acción fue examinar al bondadoso joven. Breve rato
estuvo el doctor dominado por la sorpresa.
-Usted... -murmuró.
-Soy ciego, sí, señor -añadió el joven-; pero sin vista sé recorrer de un cabo a otro las minas de
Socartes. El palo que uso me impide tropezar, y Choto me acompaña, cuando no lo hace la
Nela, que es mi lazarillo. Con que sígame usted y déjese llevar.
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