-¡Jesús!... -exclamó Sofía, apartando los ojos-. Si es la Nela. Mira cómo se ha puesto los pies.
-Ya se ve... Como tuvo que meterse entre las zarzas para coger a tu dichoso Lili. Nela, ven acá.
La Nela, cuyo pie derecho estaba ensangrentado, se acercó cojeando.
-Dame al pobre Lili -dijo Sofía, tomando el canino de manos de la vagabunda-. No vayas a
hacerle daño. ¿Te duele mucho? ¡Pobrecita! Eso no es nada. ¡Oh, cuánta sangre!... No puedo
ver eso.
Sensible y nerviosa, Sofía se volvió de espaldas, acariciando a Lili.
-A ver, a ver qué es eso -dijo Teodoro, tomando a la Nela en sus brazos y sentándola en una
piedra de la cerca inmediata.
Poniéndose sus lentes, le examinó el pie.
-Es poca cosa; dos o tres rasguños... Me parece que tienes una espina dentro... ¿Te duele?... Sí,
aquí está la pícara... Aguarda un momento. Sofía, echa a andar, si te molesta ver una operación
quirúrgica.
Mientras Sofía daba algunos pasos para poner su precioso sistema nervioso a cubierto de toda
alteración, Teodoro Golfín sacó su estuche, del estuche unas pinzas, y en un santiamén extrajo
la espina.
-¡Bien por la mujer valiente! -dijo, observando la serenidad de la Nela-. Ahora vendemos el pie.
Con su pañuelo vendó el pie herido. Marianela trató de andar. Carlos le daba la mano.
-No, no; ven acá -dijo Teodoro, tomando a Marianela por los brazos.
Con rápido movimiento levantola en el aire y la sentó sobre su hombro derecho.
-Si no estás segura, agárrate a mis cabellos; son fuertes. Ahora, lleva tú el palo con el
sombrero.
-¡Qué facha! -exclamó Sofía, muerta de risa al verlos venir-. Teodoro con la Nela al hombro, y
luego el palo con el sombrero de Gessler...
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