-No, porque esta misma noche se los compraré yo. No se meta usted en mis dominios, señora.
-¡Eh!... Nela -gritó Sofía, viendo que la muchacha estaba a larga distancia-. No te alejes mucho;
que te vea yo para saber lo que haces.
-¡Pobre criatura! -dijo Carlos-. ¡Quién ha de decir que eso tiene diez y seis años!
-Atrasadilla está. ¡Qué desgracia! -exclamó Sofía-. Y yo me pregunto, ¿para qué permite Dios
que tales criaturas vivan?... Y me pregunto también, ¿qué es lo que se puede hacer por ella?
Nada, nada más que darle de comer, vestirla hasta cierto punto... Ya se ve... rompe todo lo que
le ponen encima. Ella no puede trabajar, porque se desmaya; ella no tiene fuerzas para nada.
Saltando de piedra en piedra, subiéndose a los árboles y jugando y enredando todo el día y
cantando como los pájaros, cuanto se le pone encima conviértese pronto en jirones...
-Pues yo he observado en la Nela -dijo Carlos- algo de inteligencia y agudeza de ingenio bajo
aquella corteza de candor y salvaje rusticidad. No, señor, la Nela no es tonta ni mucho menos.
Si alguien se hubiera tomado el trabajo de enseñarle alguna cosa, habría aprendido mejor
quizás que la mayoría de los chicos. ¿Qué creen ustedes? La Nela tiene imaginación; por
tenerla y carecer hasta de la enseñanza más rudimentaria, es sentimental y supersticiosa.
-Eso es, se halla en la situación de los pueblos primitivos -dijo Teodoro-. Está en la época del
pastoreo.
-Ayer precisamente -añadió Carlos- pasaba yo por la Trascava y la vi en el mismo sitio donde la
hemos hallado hoy. La llamé, hícela salir, le pregunté qué hacía en aquel sitio, y con la mayor
sencillez del mundo me contestó que estaba hablando con su madre... Tú no sabes que la
madre de la Nela se arrojó por esa sima.
-Es decir, que se suicidó -dijo Sofía-. Era una mujer de mala vida y peores ideas, según he oído
contar. Carlos no estaba aquí todavía; pero nos han dicho que se embriagaba como un
fogonero. Y yo me pregunto: ¿Esos seres tan envilecidos que terminan una vida de crímenes
con el mayor de todos, que es el suicidio, merecen la compasión del género humano? Hay
cosas que horripilan; hay personas que no debieran haber nacido, no señor, y Teodoro podrá
decir todas las sutilezas que quiera, pero yo me pregunto...
-No, no te preguntes nada, hermana querida -dijo vivamente Teodoro-. Yo te responderé que
el suicida merece la más viva, la más cordial compasión. En cuanto a vituperio, échesele
encima todo el que haya disponible, pero al mismo tiempo... bueno será indagar qué causas le
llevaron a tan horrible extremo de desesperación... yo observaría si la sociedad no le ha dejado
abierta, desamparándole en absoluto, la puerta de ese abismo horrendo que le llama...
-¡Desamparado de la sociedad! Hay algunos que lo están... -dijo Sofía con impertinencia-. La
sociedad no puede amparar a todos. Mira la estadística, Teodoro; mírala y verás la cifra de
pobres... Pero si la sociedad desampara a alguien, ¿para qué sirve la religión?
-Refiérome al miserable desesperado que reúne a todas las miserias la miseria mayor, que es
la ignorancia... El ignorante envilecido y supersticioso sólo posee nociones vagas y absurdas de
la divinidad... Lo desconocido, lejos de detenerle, le impulsa más a cometer su crimen... Rara
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