-¡Nuestra madre querida! Yo miro al cielo y la siento encima de mí como cuando nos
acercamos a una persona y sentimos el calorcillo de su respiración. Ella nos mira de noche y de
día por medio de... no te rías... por medio de todas las cosas hermosas que hay en el mundo.
-¿Y esas cosas hermosas...?
-Son sus ojos, tonto. Bien lo comprenderías si tuvieras los tuyos. Quien no ha visto una nube
blanca, un árbol, una flor, el agua corriendo, un niño, el rocío, un corderito, la luna paseándose
tan maja por los cielos, y las estrellas, que son las miradas de los buenos que se han muerto...
-Mal podrán ir allá arriba si se quedan debajo de tierra echando flores.
-¡Miren el sabihondo! Abajo se están mientras se van limpiando de pecados; que después
suben volando arriba. La Virgen les espera. Sí, créelo, tonto. Las estrellas, ¿qué pueden ser sino
las almas de los que ya están salvos? ¿Y no sabes tú que las estrellas bajan? Pues yo, yo misma
las he visto caer así, así, haciendo una raya. Sí, señor, las estrellas bajan cuando tienen que
decirnos alguna cosa.
-¡Ay, Nela! -exclamó Pablo vivamente-. Tus disparates, con serlo tan grandes, me cautivan y
embelesan, porque revelan el candor de tu alma y la fuerza de tu fantasía. Todos esos errores
responden a una disposición muy grande para conocer la verdad, a una poderosa facultad
tuya, que sería primorosa si estuvieras auxiliada por la razón y la educación... Es preciso que tú
adquieras un don precioso de que yo estoy privado; es preciso que aprendas a leer.
-¡A leer!... ¿Y quién me ha de enseñar?
-Mi padre. Yo le rogaré a mi padre que te enseñe. Ya sabes que él no me niega nada. ¡Qué
lástima tan grande que vivas así! Tu alma está llena de preciosos tesoros. Tienes bondad sin
igual y fantasía seductora. De todo lo que Dios tiene en su esencia absoluta te dio a ti parte
muy grande. Bien lo conozco; no veo lo de fuera, pero veo lo de dentro, y todas las maravillas
de tu alma se me han revelado desde que eres mi lazarillo... ¡Hace año y medio! Parece que
fue ayer cuando empezaron nuestros paseos... No, hace miles de años que te conozco.
¡Porque hay una relación tan grande entre lo que tú sientes y lo que yo siento!... Has dicho
ahora mil disparates, y yo, que conozco algo de la verdad acerca del mundo y de la religión, me
he sentido conmovido y entusiasmado al oírte. Se me antoja que hablas dentro de mí.
-¡Madre de Dios! -exclamó la Nela, cruzando las manos-. ¿Tendrá eso algo que ver con lo que
yo siento?
-¿Qué?
-Que estoy en el mundo para ser tu lazarillo, y que mis ojos no servirían para nada si no
sirvieran para guiarte y decirte cómo son todas las hermosuras de la tierra.
El ciego irguió su cuello repentina y vivísimamente, y extendiendo sus manos hasta tocar el
cuerpecillo de su amiga, exclamó con afán:
-Dime, Nela, ¿y cómo eres tú?
La Nela no dijo nada. Había recibido una puñalada.
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