-Con todos sus defectos -dijo el padre acariciando a la señorita- la quiero más que a mi vida.
Esta pícara vale más oro que pesa... Vamos a ver ¿qué te gusta más, Aldeacorba de Suso o
Santa Irene de Campó?
-No me disgusta Aldeacorba.
-¡Ah!, picarona... ya veo el rumbo que tomas... Bien, me parece bien. ¿Saben ustedes que a
estas horas mi hermano le está echando un sermón a su hijo? Cosas de familia: de esto ha de
salir algo bueno. Mire usted, D. Teodoro, cómo se pone mi hija; ya tiene en su cara todas las
rosas de Mayo. Voy a ver lo que dice mi hermano... a ver lo que dice mi hermano.
Retirose el buen hombre. Teodoro se acercó a la Nela para observarla de nuevo.
-¿Ha dormido anoche? -preguntó a Florentina.
-Poco. Toda la noche la oí suspirar y llorar. Esta noche tendrá una buena cama, que he
mandado traer de Villamojada. La pondré en ese cuartito que está junto al mío.
-¡Pobre Nela! -exclamó el médico-. No puede usted figurarse el interés que siento por esta
infeliz criatura. Alguien se reirá de esto; pero no somos de piedra. Lo que hagamos para
enaltecer a este pobre ser y mejorar su condición, entiéndase hecho en pro de una parte no
pequeña del género humano. Como la Nela hay muchos miles de seres en el mundo. ¿Quién
los conoce?, ¿dónde están? Están perdidos en los desiertos sociales... que también hay
desiertos sociales; están en lo más oscuro de las poblaciones, en lo más solitario de los
campos, en las minas, en los talleres. Frecuentemente pasamos junto a ellos y no les vemos...
Les damos limosna sin conocerles... No podemos fijar nuestra atención en esa miserable parte
de la sociedad. Al principio creí que la Nela era un caso excepcional; pero no, he meditado, he
recordado y he visto que es un caso de los más comunes. Este es un ejemplo del estado a que
vienen los seres moralmente organizados para el bien, para el saber, para la virtud y que por
su abandono y apartamiento no pueden desarrollar las fuerzas de su alma. Viven ciegos del
espíritu, como Pablo Penáguilas ha vivido ciego del cuerpo teniendo vista.
Florentina, vivamente impresionada, parecía haber comprendido las observaciones de Golfín.
-Aquí la tiene usted -añadió este-. Posee una fantasía preciosa, sensibilidad viva; sabe amar
con ternura y pasión; tiene su alma aptitud maravillosa para todo aquello que del alma
depende; pero al mismo tiempo está llena de las supersticiones más groseras; sus ideas
religiosas son vagas, monstruosas, equivocadas; sus ideas morales no tienen más guía que el
sentido natural. No tiene más educación que la que ella misma se ha dado, como planta que se
fecunda con sus propias hojas secas. Nada debe a los demás. Durante su niñez no ha oído ni
una lección, ni un amoroso consejo, ni una santa homilía. Se guía por ejemplos que aplica a su
antojo. Su criterio es suyo, propiamente suyo. Como tiene imaginación y sensibilidad, como su
alma se ha inclinado desde el principio a adorar algo, ha adorado la Naturaleza lo mismo que
los pueblos primitivos. Sus ideales son naturalistas, y si usted no me entiende bien, querida
Florentina, se lo explicaré mejor en otra ocasión.
«Su espíritu da a la forma, a la belleza una preferencia sistemática. Todo su ser, sus afectos
todos giran en derredor de esta idea. Las preeminencias y las altas dotes del espíritu son para
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