La Nela avanzó después más rápidamente. Al fin corría. Golfín corrió también. Después de un
rato de esta desigual marcha, la Nela se sentó en una piedra. A sus pies se abría el cóncavo
hueco de la Trascava, sombrío y espantoso en la oscuridad de la noche. Golfín esperó y con
paso muy quedo acercose más. Choto estaba frente a la Nela, echado sobre los cuartos
traseros, derechas las patas delanteras, y mirándola como una esfinge. La Nela miraba hacia
abajo... De pronto empezó a descender rápidamente, más bien resbalando que corriendo.
Como un león se abalanzó Teodoro a la sima, gritando con voz de gigante:
-¡Nela! ¡Nela!
Miró y no vio nada en la negra boca. Oía, sí, los gruñidos de Choto que corría por la vertiente
en derredor, describiendo espirales, cual si le arrastrara un líquido tragado por la espantosa
sima. Trató de bajar Teodoro y dio algunos pasos cautelosamente. Volvió a gritar, y una voz le
contestó desde abajo: -Señor...
-Sube al momento.
No recibió contestación.
-¡Que subas!
Al poco rato dibujose la figura de la vagabunda en lo más hondo que se podía ver del horrible
embudo. Choto, después de husmear el tragadero de la Trascava, subía describiendo las
mismas espirales. La Nela subía también, pero muy despacio. Detúvose, y entonces se oyó su
voz que decía débilmente: -¿Señor?...
-Que subas te digo... ¿Qué haces ahí?
La Nela subió otro poco.
-Sube pronto... tengo que decirte una cosa.
-¿Una cosa?...
-Una cosa, sí; una cosa tengo que decirte.
La Nela subió y Teodoro no se creyó triunfante hasta que pudo asir fuertemente su mano para
llevarla consigo.
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