Marcelo Gracés. El Homenaje 1 | Page 3

Homenaje a Marcelo Gracés

Que el ciclismo no se olvide de Gracés

Por: Jorge De León

A hora al pelotón le faltan ruedas. Le falta aire y fuerza. Carece de una espalda llena de caramañolas y botellas de refrigerios para un compañero famélico y sediento. Ya no se siente el zumbido de su pasaje vertiginoso y su corazón latiendo a mil por desplegar el amor por el ciclismo. Hay un hueco en la ruta. Hasta los pastos en la orilla que algún día lo vieron pasar como bólido, se erizan en son de recogimiento. Habrá un compañero esperando su apoyo, su rueda, su tirón y resguardo en un abanico.

A la caravana, hoy se le ha pintado un crespón negro. Llora a uno de sus integrantes más queridos. Ahora, quizás, Marcelo Gracés anda lanzando puntazos sobre alguna carpeta asfáltica entre nube y nube. Y seguro, lo hará con ese pundonor inconmensurable que demostraba en cada actuación. Por ese amor 2
al ciclismo. Que demostró un día, dejando los Masters y lanzándose a la porfía de las grandes conquistas.
Al pelotón le falta una sonrisa. Su gesto calmo, adusto, pensativo, respetuoso y siempre cálido. Porque Gracés era un hombre sin aspavientos, sin falsas poses, sin podios desmedidos, sin euforias altisonantes. Para él el ciclismo pasó por el corazón. Como aquel día cuando se detuvo casi la totalidad del pelotón en una Vuelta y prefirió seguir sobre la bicicleta. Ese era su mundo, además de su familia.
La escalera del pelotón de mañana tendrá siempre un hueco para su relevo. Allí se meterá su alma, siempre para tirar con sus dientes en labio y fuerza sumida en sus fibras. La caravana de la Vuelta siempre tendrá su espacio. En los podios siempre habrá una malla. Cuando la bandera a cuadros baje en la próxima carrera, su recuerdo arrancará siempre con la máxima multiplicación, parado en los pedales y mirando al frente, sin echar vista atrás.
Con Marcelo nos unía el mismo origen. En una vieja Lygie azul, el viejo solía llevarnos allá en el mismo pueblo de Gracés( Trinidad) cada día, a nuestra escuela. Desde entonces, criarse entre ruedas y bicicletas fue una constante de la infancia allá en el fondo donde se juntaban los ciclistas de entonces. Aprendí a verlos reir en los triunfos y lamentarse en las derrotas. Aprendí que el ciclismo está hecho solo para valientes, para aquellos héroes más allá de las palabras. El viejo, que un día decidió armar un embalaje repentino, decidió partir para unirse al pelotón que allá arriba estaba armando Atilio, el Tito y el Pocho. Seguramente, se siente el olor a linimento para empezar los masajes de la gloria eterna.
Que el ciclismo nunca olvide a Gracés. Que sirva de ejemplo.