L o que siguió en la
Vuelta después del comienzo, fue sufrimiento para Marcelo. Se cayó en la ruta 26 y quedó dolorido y volvió a caer en Paso Manuel Díaz cuando chocó con un cono demarcatorio de la ruta. Herido prosiguió la marcha hacia Tacuarembó. Al llegar se enteró del triunfo de su compañero Dieguito González. Dejó atrás el ardor de los raspones y lo abrazó con una sonrisa en los labios.
Desechó los múltiples consejos de que dejase la prueba ya que su deber estaba por demás cumplido. Al otro día siguió pedaleando con el alma. Cuando arribó a la
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meta encontró a otro compañero, Ignacio Maldonado, tirado en el piso tras el accidente espectacular en la llegada en Paysandú.
Lo vimos. Gracés tiró su bicicleta lejos y se acercó para ayudar a su compañero herido y sangrante. No se separó hasta que fue atendido y trasladado. Después estuvo
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ahí, al firme esperando que Nacho se recuperara. En la ruta lo vimos custodiarlo y preguntarle sobre cómo se sentía. Siguió haciendo el camino del gregario de lujo que tuvo el Fénix en muchos años a esta parte. Fue y vino llevando avituallamientos para sus amigos. Muchas veces se quedó a la cola del |
pelotón para tomar aire y amainar el dolor de los golpes. En Trinidad dio otro zarpazo. Llegó al frente a definir la etapa con dos arachanes. Y fue segundo. Aunque al otro día sintiera el esfuerzo y volviera a perder gran diferencia. Llegó a Montevideo y repitió:“ Hay que contribuir para que el equipo pueda ganar la |
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