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Sacudí la cabeza, aturdida por la idea de cinco Travis correteando por una
sola casa.
—¿Y todos llevan tatuajes?
—Sí, menos Thomas. Trabaja como ejecutivo en California.
—¿Y tu padre? ¿Dónde está?
—Anda por aquí —dijo él.
Volvía a apretar las mandíbulas, cada vez más irritado con el equipo de
fútbol.
—¿De qué se ríen? —le pregunté, señalando la ruidosa mesa. Sacudió la
cabeza. Era evidente que no quería compartirlo. Me crucé de brazos, sin saber
cómo estar en mi asiento, nerviosa por lo que estarían diciendo que tanto le
molestaba—. Dímelo.
—Se están riendo de que te haya traído a comer, primero. No suele ser… mi
rollo.
—¿Primero? —Cuando caí en la cuenta de a qué se refería, Travis se rio de
mi expresión. Entonces, hablé sin pensar—. Yo, que temía que se estuvieran riendo
de que te vieran con alguien vestido así…, y resulta que piensan que me voy a
acostar contigo —farfullé.
—¿Por qué no iban a tener que verme contigo?
—¿De qué estábamos hablando? —pregunté, intentando ocultar el calor que
sentía en las mejillas.
—De ti. ¿En qué te vas a especializar? —preguntó él.
—Oh, eh…, por ahora estoy con las asignaturas comunes. Todavía no me he
decidido, pero me inclino hacia la Contabilidad.
—Pero no eres de aquí.
—No, soy de Wichita. Igual que America.
—¿Y cómo acabaste aquí si vivías en Kansas?
Tiré de la punta de la etiqueta de mi botella de cerveza.
—Simplemente tuvimos que escaparnos.
—¿De qué?
—De mis padres.
—Ah. ¿Y America? ¿También tiene problemas con sus padres?
—No, Mark y Pam son geniales. Prácticamente me criaron. En cierto modo,
me siguió; no quería que viniera aquí sola.
Travis asintió.
—Bueno, ¿y por qué Eastern?
—¿A qué viene este tercer grado? —dije.
Las preguntas estaban pasando de lo trivial a lo personal y empezaba a
sentirme incómoda.
Varias sillas se entrechocaron cuando el equipo de fútbol dejó sus asientos.
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