núm. 59 ·
A un Cumpleaños
E
l buque Pro panero hizo sonar
su sirena, las banderas ondeaban en el puerto; yo desayunaba
con Wayne en el Cerrito, donde
alguna vez cantó Zitarrosa aquella
chamarrita de los milicos: un restaurant ubicado en la parte cercana al faro, desde donde se divisa la
bahía del Mar del Plata. Ese buque
era esperado con ansias porque
era el inicio de una etapa de modernidad en un pequeño país de
una educación alta y de muy escasa corrupción. Lugar donde
aprendí que ser latino es ser de
cualquier país; era gente que convirtió en moderno lo agreste, y luchaba para salir del estigma de
latinos, como lo hacían todos los
países desde el Rio Bravo hasta
quizá la Provincia de Chubut, o
Cabo de Hornos.
Sabía que serían jornadas arduas,
metido entre las esferas del propano, revisando la operación, y que
quizá no tendría descanso hasta
que las primeras olas de energía
invadieran la hermosa Ciudad de
Montevideo.
Al amanecer sería el cumpleaños
de mi hijo mayor y no me percaté
que en la planta no tendría señal
telefónica para hacerle una llamada, hasta llegada la medianoche,
por lo que el tiempo transcurrió a
cuenta gotas; sentía el compromiso de la algarabía que origina una
llamada lejana, transcontinental,
deseando parabienes, y ahora, no
podía hacer nada, pensé en que
quizá solo era mi teléfono y el
operador al que pertenecía y que
podría llamar desde otro aparato.
Oscar Hernández
gada la noche, entonces supe que
había fallado en los valores inocuos que de niño nos inculcaron,
porque había alguien que esperaba
al teléfono una llamada que nunca
llegó. Corrió el tiempo.
que lo traes en la memoria
buena cepa, buen cultivo.
Cansado, casi a las 2 de la mañana
del siguiente día, volví al apartamento con la conciencia inquieta
por no haber podido planear algo
tan simple, decidí no dormir hasta
hacer algo que realmente me hiciera sentir satisfecho por mi falta
latina, como en ocasiones me
decía mi compañero Wayne. “ Latin people are very focused a