MagLes Revista Lésbica MagLes 12 | The Party Issue | Febrero 2014 | Page 43
LiteraLes
minutos
de que yo reclamara falsamente
autoritaria uno de sus besos.
Confieso que previamente, yo
había estado probando de forma
incontrolada la comodidad de
cada uno de los sillones de su
salón comedor. Ahora mismo
podría describir con exactitud
matemática el color y la textura
de cada uno de ellos. Los memoricé a la fuerza. Pretendía frenar
las ganas de abrazarla y desnudarla mientras ella cocinaba en
apariencia ajena a mis vueltas
delirantes, y lo conseguí a base
de comportarme como si fuera
una clienta sobreexcitada en el
departamento de sofás y sillones
de Ikea.
Era el último día del año, y ella
además de despedirse de éste,
trataba también de desahuciar
de su organismo una gripe inoportuna que el día anterior nos
había impedido ir al cine juntas.
Así que esa mañana, conocedora
yo de sus necesidades y presa
de una sibilina alma samaritana,
me ofrecí voluntaria para llevarle un par de botellas de agua a
su casa evitando de este modo
que ella saliera a comprarlas
y corriera así el peligro de ser
atacada de nuevo y con más
ferocidad por ese virus maligno
y vulgar -demasiado vulgar para
atacar alguien tan fuera de lo
común- que la tenía encerrada
en casa y postrada en la cama
muy a pesar de su incombustible
vitalidad.
Me recibió la sonrisa más bonita que veía en muchos meses.
Le habría hecho tantas fotos
en aquel momento que antes
de entrar ya me hubiera echado. Gracias a que ese día no
llevaba ninguna cámara encima.
O no. Quizás hubiera sido útil
llevar una cámara de vídeo para
comprobar si al menos ésta
era capaz de filmar de forma
objetiva el paso del tiempo
en aquel espacio compartido,
porque yo trato de recordar y
mi capacidad de percepción se
delata cuanto menos nula a la
hora precisar el lapso temporal
transcurrido desde el momento
en que traspasé el umbral de
su puerta hasta el momento en
el que me invitó a comer. Sólo
sé con certeza que, habiéndome presentado allí en horario
de desayuno occidental y tras
intercambiar cuatro risas y tres
palabras, me encontraba de
repente, tan de repente como
si me acabaran de depositar
en la Tierra tras una abducción
extraterrestre, mirando cómo
ella cocinaba unos espaguetis
al dente para las dos.
estúpida como alevosa. Pero no
era capaz de sentirme culpable.
El calor lo ocupaba todo.
Mi temperatura, que
aumentaba a una
velocidad muy superior a la del agua que
cocía los espaguetis,
me obligó a ir desprendiéndome
de capas de ropa como si del
stripoker se tratara, y así, a 31
de diciembre, acabé cubierta
únicamente por unos vaqueros
y una camiseta de manga corta
y seguía teniendo calor.
A pesar de los sofocos, fui
capaz de controlar mi deseo el
tiempo suficiente para probar
su menú y elogiar su exquisita
mano con la pasta. Pero minutos después, pasado ya el rito
obligatorio de la alimentación y
estimulada yo por los efectos de
una maliciosa copa de vino tinto
que ella me había servido, la
invité a sentarse junto a mí en
uno de esos sofás, que a fuerza
de tanto probar, sentía más mío
que suyo. Fue ahí donde descubrí los cordones de sus zapatos,
la peca de su oreja, y sus ganas
contenidas de que la asaltara
con un beso.
Mientras fijaba mi mirada en su
forma de moverse al cocinar,
apartada ya de mis cavilaciones
la duda eterna sobre el antojadizo transcurso del tiempo, me
asaltaba recurrente el recuerdo
de mi propia voz llamando a
La asalté, es obvio. Y con el beso
casa para disculpar mi ausencia anhelado, se colaron, deliciosas
so pretexto de una excusa tan
caricias rebosantes de curiosidad
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MagLes #12 | febrero 2014