MAG MAYO-JUNIO 2016 | Page 43

Los humanos necesitamos sentirnos útiles, quizás porque tenemos una deuda simbólica con el mundo.

Los libros, las universidades, hospitales, las aceras por las que caminamos nos estaban esperando cuando llegamos al mundo y ha puesto a nuestra disposición todo eso que nosotros no hemos contribuido aún a producir, y de lo que sin embargo, disfrutamos. Por tanto, desde que nacemos, somos deudores.

Esta deuda simbólica, no se paga nunca en el mismo lugar en el que fue adquirida, pero podríamos pensar que sí se paga con la misma moneda, por ejemplo: uno tiene a su disposición el resultado del trabajo de otros, sus conocimientos y su saber y devuelve la deuda ocupando un lugar en una cadena de trabajo humano, permitiendo que otros se beneficien de su saber y de su hacer.

La deuda es como pueden imaginar, impagable, pero mientras el sujeto trabaja, aceptando con ello que debe y va devolviendo algo al mundo, todo va bien. Cuando un profesional que está en condiciones de ocupar una función no lo hace, comienza a sentirse inútil para el mundo y en ocasiones, empieza a desarrollar un sentimiento de culpa. Cuando el estado es el que priva de la posibilidad de trabajar a sus ciudadanos en momentos de crisis y sin una política de empleo eficaz, se les priva también de su capacidad de pagar su deuda simbólica y sentirse útiles.

Pasamos en el trabajo la mitad de nuestra vida y es una de las mayores fuentes de satisfacción, y a pesar de que parecemos no estar la mayoría de los humanos especialmente inclinados a él, la profesión libremente elegida es una de las mayores fuentes de autoestima. Los logros laborales están directamente en relación con la autopercepción de valía y utilidad.

En momentos de desempleo es importante seguir haciendo. Eso que está pobre o nulamente remunerado ahora, lo estará mejor después, no dejar de ser trabajador, no dejar de hacer. Cuando uno se detiene, pierde sus capacidades, pierde su autoestima y entra en culpa.

Dra. Alejandra Menassa