[ LA COLUMNA FUCSIA ]
El principio de
autoridad
Lo vivo, lo siento,
lo pienso... y a veces
lo escribo.
Echo de menos.
Peliculeo de más.
«Never explain,
never complain».
«Me hace infeliz “que me digan lo que ten-
go que hacer personas que no pueden im-
poner nada sobre mí”».
Encontré esta nota en uno de los trabajos
que Hugo, mi hijo mayor, preparó para una
de sus clases; estaban trabajando el concep-
to de la salud a nivel físico y emocional. El
malestar que Hugo expresó a través de esa
declaración es universal: quién no ha protes-
tado alguna vez al tener que dejar de lado
su voluntad y su juicio para someterse a las
instrucciones de otro. Como no me corres-
ponde a mí tratar el matiz moral de la cues-
tión de la autoridad, me concentré en des-
cubrir cómo lograr que Hugo continúe
respetando mi autoridad como madre, esa
que he tenido el privilegio y la responsabili-
dad de gozar desde hace casi diez años.
Aunque suene feo, las madres mandamos,
y mucho. Estamos dando órdenes todo el
tiempo. Las hay de dos clases: cotidianas
y excepcionales. Las primeras se insta-
lan en nuestra rutina familiar poco a
poco, ruidosas en la forma, pero no con claridad cuál es el límite que no debe
traspasarse y mostrar lo perjudicial de ha-
cerlo. Basta con pronunciarlas una vez, pero
es más difícil lograr la obediencia debida si
no se cuenta, además de con la autoridad
necesaria como padre, con la confianza sufi-
ciente de tu hijo. La confianza es frágil en sí
misma, pero también la forma más elevada
de motivación humana.
En el libro La sensación de fluidez, de Juan
Carlos Cubeiro, se compara la confianza que
define una relación con una cuenta corriente,
la «cuenta bancaria emocional». Como todas
las cuentas, se amplía a través de los depósi-
tos y se reduce vía reintegros. En el libro se
señalan las seis vías que existen para realizar
un depósito:
– Comprender al individuo.
– Prestar atención a los pequeños detalles.
– Mantener el compromiso.
– Aclarar las expectativas.
– Demostrar integridad personal.
– Disculparse sinceramente cuando se pide
un reintegro.
en el fondo: «A dormir»; «Lávate
los dientes»; «Recoge los ju-
guetes». Por cotidianas y re-
currentes requieren que se
repitan, elevando un poco
el tono de voz cada vez.
Solo así serán obedecidas.
Es cansado, pero fácil.
En cambio, las órdenes
excepcionales necesitan
una justificación expresa y
elaborada. Los mandatos
singulares deben indicar El reintegro más importante es hacer pro-
mesas y luego no cumplirlas. Como sigue con-
tando el libro, solemos creer que los demás no
recuerdan las promesas que les hemos hecho,
pero sí lo hacen. Sobre todo nuestros hijos.
Por eso «es esencial pedir sinceras disculpas
cuando se realiza un reintegro. Los errores se
pueden perdonar, pero que alguien no se dis-
culpe, eso no se suele perdonar fácilmente».
Construir y reparar las relaciones exige su
tiempo. Lograr que nuestros hijos, además de
obedecernos, confíen en nosotros, también. ■
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ENERO 2018 •
mama
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