[ LA COLUMNA FUCSIA ]
Lo vivo, lo siento,
lo pienso... y a veces
lo escribo.
Echo de menos.
Peliculeo de más.
«Never explain,
never complain».
Querer es
poder (o no)
«Está claro que la que no lo hace es porque no quiere». Tuve que escu-
char esta frase el último día que Bruno, mi hijo pequeño, estuvo en el nido
de la clínica donde nació. La pronunció una enfermera, de esa forma co-
barde en la que uno se expresa cuando quiere que se le escuche, pero al
mismo tiempo no quiere hacerse responsable de sus palabras.
Tengo dos hijos. El mayor fue alimentado con lactancia mixta hasta que tuvo
seis meses. Los primeros días fueron realmente difíciles. A pesar de ello, mi
propósito era firme: había estado informándome sobre las ventajas de la lac-
tancia materna y tenía claro lo que quería hacer. Sin embargo, mis pechos no
estaban muy por la labor. Sufrí una mastitis y padecí de los nervios propios del
posparto. Además el niño nació grande y necesitaba alimentarse con más fre-
cuencia de la que decían esos libros y revistas que leí para informarme. Como
en otros ámbitos de mi vida, siempre que algo no me ha salido como esperaba
me he hecho a mí misma responsable. Busqué soluciones, tengo que estar
haciendo algo mal, me repetía. Así que, con más sufrimiento que disfrute, man-
tuve la lactancia materna mientras no dejaba de calentar biberones.
Con el pequeño intuí que la historia podía repetirse, pero mi permanente
optimismo y el aprendizaje previo contribuyeron a que me ilusionara con
la posibilidad de lograrlo esta vez. Sin embargo, fue mucho peor. Ahorra-
ré la descripción (siempre he pensado que nuestras historias sobre par-
tos y lactancias equivalen a las de la extinguida mili de los hombres).
Bastará con señalar que mi ginecóloga, al ver el estado en el que me
encontraba, me explicó que no pasaba nada si decidía no darle el
pecho a Bruno: crecerá, será fuerte, te querrá.
Lo intenté, a pesar de todo. Pedí ayuda al personal del nido,
recurrí al terrible y doloroso sacaleches eléctrico… Hasta que
comprendí que estaba sufriendo de nuevo y decidí tomarme
la pastilla que ayuda a suprimir la lactancia materna. Mi su-
frimiento no es egoísta, me hubiese gustado decirle a aque-
lla enfermera tan valiente. Fue la conciencia de que mi sufri-
miento generaba sufrimiento a los que me rodeaban,
incluido al hermano mayor, la que motivó que tomase esa
decisión. Y si esta vez tenía que ser responsable de nuevo,
qué mejor responsabilidad que la estabilidad de mi familia.
Me sentí decepcionada, triste e incomprendida: de nue-
vo no había sido capaz.
Y, para no perder la costumbre, también me sentí res-
ponsable: responsable de hacer algo porque quería, a pe-
sar de no haberlo querido. ■
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MAYO 2017 •
mama
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