Si la población mundial alcanza los
9.600 millones de personas en
2050, necesitaríamos el equivalente
a casi tres planetas para mantener
el actual estilo de vida. Detrás de
esta alarmante previsión, el con-
sumo irresponsable; un consumo
que tiene consecuencias, tanto para
el planeta como para la población
que lo habita. ¿Un ejemplo? Cada
año, alrededor de un tercio de to-
dos los alimentos producidos a nivel
mundial, lo que supone 1.300 mil-
lones de toneladas de alimentos,
acaban en la basura. Mientras, 1.000
millones de personas en el mundo
están subalimentados y otros 1.000
millones pasan hambre. Al contene-
dor también llegan toneladas de
ropa. Es la consecuencia de la moda
lowcost; algo preocupante si tene-
mos en cuenta que la industria textil
es el segundo contaminador de
agua del mundo, siendo respons-
able del 20 % de los tóxicos que se
vierten en ella, y uno de los princi-
pales agentes de explotación lab-
oral en los países en desarrollo.
No es de extrañar, entonces, que
uno de los 17 objetivos económi-
cos, ambientales y sociales (ODS)
de la Agenda 2030, aprobada en
2015 por la Organización de
Naciones Unidas (ONU) para
acabar con la pobreza y los daños
medioambientales al planeta,
tenga como fin garantizar modali-
dades de consumo y producción
sostenibles. ¿Cómo? Según Sandra
Astete, especialista en políticas de
infancia de UNICEF, “mediante el
fomento del uso eficiente de los
recursos, la promoción de la
eficiencia energética y las infrae-
structuras sostenibles, así como
facilitando el acceso a los servicios
26
•
mama
• MARZO 2017
básicos, empleo decente, y una
mejor calidad de vida para todos”.
Ahora bien, la duda es si somos
conscientes del impacto que tiene
el volumen y las formas de
consumo actuales. “La gran
mayoría de personas, insti-
tuciones y entidades no son
conscientes de las consecuencias
e impacto de nuestro consumo
actual en el planeta y en las
personas, especialmente en las
más vulnerables” reflexiona
Astete, que añade que los ciu-
dadanos debemos de ser consci-
entes de que “consumir, en un
gran número de casos, no solo es
utilizar sino también destruir
recursos naturales”. Su opinión la
comparte José Antonio Liébana
Checa, profesor de la Universidad
“No somos
conscientes
de las
consecuencias
e impacto de
nuestro consumo
actual en el
planeta y en
las personas,
especialmente
en las más
vulnerables”
de Granada en el Departamento
de Psicología Evolutiva y de la
Educación que desde hace tres
años imparte la asignatura ‘Inter-
vención en un consumo respons-
able y salud’: “La sociedad
todavía no es consciente o no
quiere darse cuenta de la grave-
dad de este problema. Pensamos
que nuestras actuaciones individ-
uales influyen más bien poco en la
marcha social y además tendemos
a pensar que si todo el mundo lo
hace no puede ser malo”.
LA CULTURA DEL CONSUMO
“Entre los principales síntomas
que ponen en evidencia que
vivimos en una sociedad de
consumo podemos mencionar la
adicción a ir de compras (puede
estar o no asociada a la compra
compulsiva), el deseo intenso de
adquirir algo que no se precisa y
que, una vez adquirido, pierde
todo su interés, y la adicción al
crédito, que impide controlar el
gasto de una forma racional”,
explica Sandra Astete, para la que
la dependencia a la compra de
nuevos bienes materiales, que a
su vez representan un derroche
de recursos naturales globales,
“se ha convertido en un elemento
de significación social”. Vivimos
en la sociedad del soy lo que
tengo y lo que puedo comprarme.
Para José Antonio Liébana, por
su parte, el consumo no es un
concepto “novedoso”, ya que las
personas consumimos desde hace
mucho tiempo. Lo que sí es nove-
doso, en cambio, es la importancia
que este concepto ha adquirido
socialmente en la actualidad. “Para
entenderlo, tenemos que incluirlo