[ CULTURETA ]
de claro lo explica Inma
Marcos, quien tras más de
quince años atendiendo
partos en casa sabe muy
bien de lo que habla.
Añade, además, que “las
tasas de intervenciones se
reducen al mínimo y que las
familias tienen niveles de
satisfacción más altos cuando las mujeres viven un
parto en casa”.
“La sociedad tiene
el concepto erróneo
de que el nacimiento
es un proceso muy
doloroso y peligroso
que necesita atención
médica exhaustiva
para llegar a un
buen final.”
Sobre los pormenores de la
evolución histórica de la
figura de la matrona, la
historiadora nos remite a un
momento histórico concreto: a inicios de la segunda mitad del siglo XX, justo
después de la Segunda Guerra Mundial. “Fue en aquellos años cuando se pasó de una sanidad de tipo
asistencial, específica para los más pobres, a una
universal, dónde se consideraba que todo el mundo
tenía derecho a la misma calidad que los ricos. Eso
generaría cambios estructurales, también en todo lo
relacionado con la maternidad”, apunta Cira. Así nace
un papel nuevo para el estado basado en el desarrollo de políticas de protección de la maternidad o la
transformación de la medicina, “lo que comportaría el
desarrollo de la obstetricia como especialidad”. Esto
que, evidentemente, es una gran victoria social y de la
que hoy en día no dudamos de su valor, no quita que,
en lo que respecta al parto, existieran también
espacios sombríos: “La entrada en el hospital de las
mujeres parturientas comportaría ciertas renuncias ya
que las mujeres dejarían, en tan sólo una generación,
de parir mayoritariamente en casa a hacerlo en la
cama de un hospital, provocando que ese proceso
fisiológico natural se viera más como un problema
médico que estaba fuera de la normalidad”. Así se
implantaron prácticas que hoy en día, lamentablemente, siguen practicándose en muchos hospitales
como lavativas o rasurados. Por otro lado, Cira Crespo
añade que “las matronas dejaron prácticamente de
dirigir el proceso y se convirtieron en subsidiarias,
enfermeras de los ginecólogos que en su mayoría
empezaron a ayudar a parir”. La estocada final a la
autonomía de las matronas, nos dice Cira que se
produjo en España en el
año 1953, “cuando se
unificaron los estudios de
comadrona con los de
enfermería, con lo que la
profesión de matrona ya no
existía como tal, sino que
sería a partir de entonces
una especialidad de las
enfermeras”.
Pese a que por la importancia de su labor, el trabajo
de la comadrona debería
ser considerado Patrimonio
de la Humanidad, es un
gremio al que se sigue
viendo como “ayudante”
del ginecólogo. De hecho, en muchos lugares la
atención se ha centrado paulatinamente en las
enfermeras y médicos especializados en las diferentes
ramas de la obstetricia, la perinatología y la neonatología, dejando fuera este perfil profesional. “No hay
más que ver la cantidad de puestos de ginecología y
obstetricia que en lugar de estar ocupados por
matronas están ocupados por enfermeras generalistas: en unidades de reproducción asistida, plantas de
ginecología, de oncoginecología, quirófanos ginecológicos, consultas de ginecología, plantas de embarazo
patológico, plantas de maternidad… Económicamente
salimos por el mismo precio que una enfermera
generalista, sin embargo estamos más formadas para
esos puestos, por eso somos especialistas”, nos
cuenta Jade. Esto, que podría resultar trivial, tiene
importantísimas consecuencias y la autora de Matrona Online nos pone un claro ejemplo: “Imagina: Una
mamá primeriza que acaba de dar a luz puede ser
atendida en la planta por una enfermera sin ninguna
formación ni experiencia en lactancia materna. Los
consejos en esos primeros momentos y el apoyo que
reciba esa madre pueden determinar el curso de su
lactancia. Ni los hospitales nos valoran, ni las mujeres
(por desconocimiento) exigen ser atendidas por
especialistas, por lo cual nos vemos relegadas al
paritorio y a la consulta de atención primaria (aunque
hay muchos centros de salud que no di