LOS PELIGROS DE LA FRANQUEZA REPORTAJE_IMPRESO | Page 2

LOS PELIGROS DE LA FRANQUEZA: Presos políticos durante el sexenio de Rafael Moreno Valle Laura Ruíz y Mariana Juárez S alir de ese carro significaba haber llegado de- masiado lejos como para dar un paso atrás. En medio de una carretera en la que vehículos de todos tamaños iban y venían, cruzamos a la par de un grupo de personas que parecían entender la rítmica para lograr atravesar el segundo obstáculo -el primero, nuestras propias mentes, claro- del camino. Las nubes cubrían el cielo y la tarde se perfilaba gris, tal como las paredes del edificio que se extendía al frente. El penal de San Miguel se erguía como el primer punto de la búsqueda. Los rostros alrededor del edificio, en su mayoría serios, caminaban en ambas direcciones. Otros que ya son parte del mobiliario de la insti- tución, sentados a las orillas, ofrecían diversos servi- cios: guardar los bolsos, rentar la ropa con los colores adecuados, o comprar un dulce a la salida de una visita. Ya dentro, un olor a soledad inundaba los pa- sillos, que parecían interminables. “Vamos a servicios médicos”, contestamos en cada uno de los controles, para lo que se nos asignó a un interno como guía: “¿Vienen a ver a don Francisco?” Contestamos que sí. El hombre sonrió y nos contó que don Francisco recibía muchas visitas. Más tarde nos enteraríamos de que ese hecho no era precisamente algo bueno para un interno. El último control se encontraba al final de un angosto pasillo rodeado de espacio abierto. Un oficial sentado en un escritorio, con la virgen de Guadalupe a sus espaldas, preguntó nuestra relación con el inter- no al que visitábamos. Mantuvimos la respuesta corta, el oficial bromeó y nos dejó pasar. El final del laberinto señalaba el pequeño -pequeñísimo, entre ese mar de terreno- edificio de Servicios Médicos, todo blanco y gris. En la parte de atrás, sentados en sillas de plástico estaban Francisco Castillo Montemayor, su esposa y su hijo. 1 Castillo Montemayor fue funcionario durante el sexenio de Mario Marín. Fungió como Secretar- io de Medio Ambiente y previo a sus cargos en go bierno , ya contaba con una larga carrera dedicada a la conservación del medio ambiente y la educación al respecto. Al momento de la entrevista, formaba parte de los más de 300 presos políticos que dejó el sexenio morenovallista. Vestido con unos jeans y camisa, bien arreglado, cortés, con voz firme y con ideas más firmes aún, nos recibió esa tarde. Se recargaba en su silla y tenía las manos cruzadas, mientras le explicaba por qué estábamos ahí. Mientras tanto, era notorio que la familia miraba, de tanto en tanto, a su alrededor. Las paredes en la cárcel tienen oídos, y los árboles y las aves también; más valía ser discretos. En voz baja y a poca distancia el uno del otro, comenzamos la en- trevista. “Primero les voy a contar los antecedentes de esto”, dijo resueltamente el ex-secretario. Dentro de la legislación, el Preso Político no existe “Preso político”: el solo concepto causa discusión. “Dentro de la legislación el término como tal del preso político no existe, más bien es un término social que ciertos grupos utilizan para señalar a las personas que han detenido a sus líderes”, dijo Alejandro Flores subdirector de Comunicación Social de la Fiscalía General del Estado de Puebla (FGEP), acompaña- do por la directora del mismo departamento, que se dedicó a asentir después de cada declaración de su colega. “Todas las personas que han sido detenidas siempre es mediante un mandato judicial y previo a ese mandato judicial el ministerio público tiene que acreditar un delito para que el juez diga ‘si acreditas el delito, entonces requiero a esta persona’ y mandando una orden de aprehensión o de presentación”.