Gato con su guitarra junto al piano en la casa
de Los Parra en calle Viana, Viña del Mar. Fotografía original de archivo Los Jaivas.
porque los camioneros aburridos siempre celebraban alguien que les hiciera dedo para no quedarse dormidos,
para que les conversaran. De repente el Gato hizo un
desafío. Quería probar hasta dónde podía llegar sin un
peso. Él se lanzaba a la vida así no más y partió con su
compañera, que era la mamá de Ankatu y Eloy. Partieron
los dos. Se fueron. Entonces el Gato se fue, nos dejó a
nosotros ahí, y como el grupo tampoco era el centro de
nuestra vida, nosotros estábamos todavía en una edad en
que todavía uno no sabe muy bien lo que está haciendo,
estás estudiando y como el grupo era así para tocar algunas veces, no era tan importante. Se fue el Gato, y pensamos que bueno, si hay un contrato veremos qué es lo
que hacemos. Y hubo un contrato. Entonces buscamos
a un amigo allá de Viña y se metió, porque en ese tiempo
el Gato no cantaba, el grupo no era con solista vocal era
instrumental no más, y cuando se cantaba se cantaba
como a coro. Entonces vino otro chiquillo y lo reemplazó,
hicimos algunos conciertos. Las cosas que venían las hicimos con este amigo, pero ya había como un hastío, o
sea, nosotros mismos como que sentíamos que no estaba ya pasando mucho con la historia del grupo.
Y de repente estábamos en la casa un día, y el Gato
llega. Llega de vuelta el Gato, pero llegó un Gato cambiado. Un Gato que venía con el pelo largo, con bigote,
con un chaleco así de colores, y a pata pelada. Y ahí nos
cuenta todo el viaje, que había llegado hasta Colombia.
Había estado en la selva, conviviendo con unas comunidades indígenas. Nos contó un montón de cuestiones. Le
había ido bien. En todos lados había encontrado gente
que lo recibía, le regalaban comida, qué se yo, lo recibían
en sus casas.