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EL RINCÓN DE ANA

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LA OPINIÓN

En esta noticia se habla de la gran discriminación que sufren las mujeres. Por un lado se comenta que esta niña se ve obligada a casarse porque su familia se lo impone. Y, por otro lado, se habla de la violencia de género a la que se ve sometida por parte de su marido, en este caso, de la mutilación de su nariz y orejas.

Con respecto a estos datos, cabe preguntarse, ¿para qué sirven los derechos humanos o los derechos de la mujer? Parece que la respuesta es que no tienen esos derechos, o que la sociedad se limita a infringirlos.

Las mujeres, por desgracia, se enfrentan a una violación constante de sus derechos. Así, se olvida que tienen libertad para decidir sobre su futuro marido, incluso obligan a niñas menores de edad a casarse. Se olvida que tienen derecho a un trabajo digno, a estudiar; se olvida que no son un simple objeto sexual y las enfermedades que pueden contraer. Se cree que no tienen sentimientos, que se puede jugar con su salud, como ocurre en algunos países con la ablación genital. También se cree que son esclavas y que no pueden disfrutar de su vida, muchas mujeres musulmanas están sometidas a llevar un burka de 7 kilos de peso, que las impide moverse y respirar, prácticamente viven en una cárcel, en una cárcel de tela.

Tampoco debemos olvidarnos de aquellas mujeres de cuello de jirafa o cuello largo, a quienes se ha hecho creer que cuantos más collares tengan, mayor es su atractivo.

En definitiva, se puede decir que todos estos actos atacan contra todos los derechos de la mujer. Por qué… ¿dónde está el derecho a la vida, a la dignidad y la libertad? Sin duda, estos derechos pertenecen al olvido.

Por último, decir que cuando hablamos de atentar contra los derechos de la mujer, nos viene a la mente todo este vandalismo que se comete en los países orientales, pero estamos muy equivocados. Sin ir más lejos, en España han muerto 53 mujeres en manos de sus parejas en lo que llevamos de año. Por tanto, todavía queda mucho por hacer, para que algún día podamos llegar a ser iguales.

Anabel González García