La idea era abrir la
cervecería en un a-
ño. La burocracia y
las infinitas inspecciones
de la ciudad de Pasadena
lo alargaron hasta los
tres, dejando el proyecto
casi sin aire. “Casi lo dejo”,
reconoce serio Martín Quiñones, un colombiano que decidió
reinventarse en 2017, de la ingeniería de sonido a su pasión:
la cerveza. Ya estaba listo para abrir cuando se le vino encima
la pandemia. Otros hubieran tirado la toalla. Él decidió
buscarle otra vuelta más.
“Se nos ocurrió empezar a enlatar cerveza y hacer entregas a
domicilio”, explica, recorriendo personalmente domicilios con
la máscara puesta y manteniendo la distancia. “La idea gustó,
nos vino a visitar el Los Angeles Times para hacer un reportaje
y explotamos en redes sociales. Así hemos podido sobrevivir.
Para nosotros, la pandemia ha sido una bendición”.
Cuenta Quiñones que de 400 seguidores en
Instagram pasaron a 1.200 en cuestión de
48 horas. Eso y el boca a boca han hecho
el resto: dar a conocer la historia de la única
cervecería artesanal netamente latinoamericana
de Los Ángeles. Su carácter distintivo radica
en la fruta. Nadie antes se había atrevido
a usar lulo, guanábana o curuba en la cerveza,
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