Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 79

follar aquí. Tendrás que acompañarme a casa. Ahora mismo. —¿Ahora? —preguntó ella, aún sin aliento. Él la hizo girar en sus brazos, metiendo el dobladillo de su falda por encima de sus muslos. Tenía los ojos oscuros, brillando con una luz dorada y castaña. Parecía peligroso. Estaba espléndido. —Ah, estás temblando de verdad, cielo. ¿Sabes cuánto me provoca eso? Hacía pocos minutos que ella se había corrido; sin embargo, oír cómo él decía aquello hizo que le deseara. Que le necesitara. Ojalá la volviera a girar. Ojalá la volviera a inclinar sobre el escritorio y entrara en ella… Pero lo que hizo fue casi mejor: inclinó la cabeza y la besó. Se apoderó realmente de su boca. Los labios de Dante abrieron los suyos e introdujo la lengua adentro. Dura y exigente. Resbaladiza y mojada. Kara pensó que casi se podría volver a correr con un simple beso. No tenía sentido; quizá no debía tenerlo. La atrajo hacia él, apretándola con el cuerpo. Su erección le oprimió el muslo. Joder, le deseaba tanto. Quería tocarle tal y como él la había tocado. Quería envolver con las manos su gruesa polla y acariciarla hasta que se corriera. La quería dentro de ella. Él se apartó. Respiraba con dificultad. Ella también. —Necesito sacarte de aquí ahora —le dijo él. —Sí. A Kara le excitaba que él tuviera tantas ganas como ella. La estaba mirando de esa manera. Penetrante. Fijamente. Con las cejas oscuras levantadas. —Joder, Kara. —¿Qué… qué pasa? ¿Acaso iba a cambiar de parecer? ¿Había recordado otra cita olvidada? El corazón le martilleaba. —No me puedo creer cuánto te necesito. Esto es una jodida locura. La invadió una sensación de alivio. —Lo es. Me da igual. —A mí también. Él la atrajo y la volvió a besar. Y ella juró que podía notar el duro martilleo de su pecho, apretado fuertemente contra el suyo. —Llévame a casa, Dante. Ahora. Él se limitó a asentir. Era la primera orden que ella le daba y podría muy bien ser la última. No le importaba. Lo único que quería era notarlo dentro de sí. Que la volviera a azotar. Que la abrazara. Que hiciera todo eso sin ningún otro límite que esos que él le imponía para satisfacer sus deseos, o los de ella. Era una locura. Quizás estaba perdiendo la cabeza, perdiéndose en Dante, pero ya se