Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 23
había sucedido exactamente, con las botas y el vestido hecho un remolino en el suelo.
—No te muevas —le dijo en un tono firme, y algo en su interior respondió a esa
orden, resonó con ella.
Él se apartó y se quitó la ropa sin dejar de mirarla. Kara no distinguía con claridad
el oscuro brillo de sus ojos pero los sentía encima como brasas ardientes que la
quemaban entera.
—Dante…
—Shhh. Sé lo que necesitas. Pero no te muevas; deja que te mire, que te toque. Yo
haré el resto.
Ella sintió cómo su cuerpo cedía. Algo de lo que le decía, el modo en que se lo
decía, que la hacía sentir… aliviada. Era muy extraño. Solía ser bastante agresiva
sexualmente pero con él no sentía la necesidad de serlo. En absoluto. Era como si
pudiera hacer fácilmente cualquier cosa que le pidiera, quedarse quieta. Dejarle hacer
lo que quisiera.
No lo entendía pero tampoco le hacía falta.
Notaba la frescura del aire en su piel desnuda, y el frío y la dureza de la madera de
la puerta. Pero el contraste aún añadía más sensación al calor de las yemas de sus
dedos al trazar lentamente una fina línea hacia su vientre. Ella se estremeció,
esforzándose por no moverse. Dante llegó al ribete de sus braguitas y ella suspiró.
—¿Te gusta que te toque, Kara?
—Sí —susurró.
—Kara. Dilo más alto para que pueda oírte.
—Sí —repitió; esta vez su voz llegó hasta los altos techos del apartamento. Le
pareció que lo había dicho demasiado fuerte.
Se estaba derritiendo por dentro. Era una sensación extraña en relación con cómo la
trataba. Era como si estuviera completamente al mando.
Lo estaba.
Ella lo sabía y le encantaba.
«No pienses en eso. No lo cuestiones siquiera.»
Él subió la mano por sus costillas y más arriba, hasta alcanzar el estrecho espacio
entre sus pechos. Se le endurecieron los pezones.
—Me mata no poder tocarte, tocarte de verdad, pero es que torturarme de esta
manera es delicioso. —Se quedó callado un momento—. ¿Lo notas, Kara? ¿Notas el
placer casi insoportable de esperar? —Se calló de nuevo, pero ella no podía siquiera
recuperar el aliento para contestar—. No hace falta que me lo digas. Lo noto en la
tensión de tu cuerpo. En lo callada que estás. Lo noto en el calor de tu piel.
Empezó a sentir dolor entre los muslos. Sí, era casi insoportable.
—Dante, por favor…
—Por favor, ¿qué? —preguntó él tan bajito que apenas lo oyó.