Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 142

—Entonces, ¿qué me estás preguntando? —Te pregunto… Joder, Kara, no puedo tener una conversación así a dos metros de distancia. —Se le acercó sin dejar de observarla por si echaba a correr, pero ella no se movió. Al momento ella estaba ya en sus brazos. Olía a flores; era esa esencia tan propia de ella. Notaba la calidez de su piel en las palmas. La atrajo más hacia sí e inspiró. —Dime qué quieres, Dante —quiso saber ella con una voz suave pero insistente a la vez. —Quiero que seas mi chica —le dijo. «Suya.» A Kara el corazón le latía a mil por hora. —¿Tuya…? ¿Cómo? Ella retrocedió lo suficiente para mirarle bien. Sus oscuros ojos ardían con un fuego que no terminaba de entender. —Quiero que no nos veamos con nadie más —contestó él con vehemencia—. Que no salgamos con otras personas. Que no nos acostemos con nadie ni que juegues con nadie en el club salvo conmigo. El corazón le latía como si fuera a salírsele del pecho y eso le impedía respirar con normalidad. —De acuerdo. ¿Algo más? —No lo sé. No sé qué más significa esto. Nunca se lo he pedido a ninguna mujer. ¿Podemos empezar desde aquí? ¿Esto te parece bien? ¿Se lo parecía? La idea era casi un alivio. Aunque sabía que quería más —lo quería todo—, no estaba segura de poder enfrentarse a eso mejor que Dante. Estaban los dos exactamente en la misma situación. Como si un ciego tratara de guiar al otro, ella no veía mucho mejor que él. Tal vez ir paso a paso fuera lo mejor. Ella asintió y soltó la respiración, que, sin darse cuenta, había estado conteniendo desde que Dante se plantara ante su puerta. —Puedo hacerlo. Él la abrazó más fuerte, acogiéndola entre sus brazos de un modo tranquilizador a la par que estimulante. Su autoridad le provocaba ambas cosas. Y aunque se había presentado en casa con algo de incertidumbre en el rostro por primera vez, ese aire de seguridad había vuelto. Una confianza absoluta en sí mismo. —Kara —le dijo en voz baja—. Quiero llevarte a la cama. El cuerpo de ella se encendió de inmediato y se notó el sexo mojado con solo oír esas palabras de su boca. Eso era algo que ninguno de los dos podía poner en duda. Ella se aferró a él, como para hacerle saber sin palabras que ella también lo necesitaba: quería que ambos estuvieran desnudos. Quería sentirle dentro y con las