Literatura BDSM El Límite del Deseo (Eve Berlín) | Page 102
más, como si quisiera asimilarla entera.
El vestido era corto y dejaba al descubierto gran parte de sus firmes muslos entre el
dobladillo y la parte superior de las botas blancas de tacón. Sus piernas se le antojaban
interminables cuando llevaba tacones. Ya lo eran hasta cuando iba descalza, incluso,
pero las botas le quedaban estupendamente. Impecables.
Estaba callada ante él, con los brazos caídos a los lados. Veía cómo empezaba a
entregarse y a acceder al subespacio, ese lugar neblinoso en su mente en el que el
sumiso se entregaba por completo. Y la llevaría más allá antes de que acabara la
noche.
Notó un temblor en el pene al pensarlo. Lo mejor sería llegar al club lo antes
posible. Si se quedaban en el apartamento mucho tiempo más, le arrancaría ese
vestidito que llevaba y se la follaría allí mismo, en el suelo del pasillo. Con esas botas
blancas que tanto le ponían…
Parpadeó al regresar a la realidad y se dio cuenta de que Kara estaba esperando a
que hiciera algo con la gabardina en una mano. Él se la cogió y se la puso encima de
los hombros. Entonces cogió su chaqueta de cuero y se la puso también.
—¿Estás lista, Kara?
—Sí. Lista, excitada y algo nerviosa. Ya sabía que lo estaría pero esto es… No sé,
estoy un poco abrumada. No sé exactamente qué esperar.
—Es lo más normal del mundo. —Era la misma sensación que tenía él esa noche—.
Todo irá bien, te lo prometo. Y si hay algo que te resulte extremadamente insoportable,
si empieza a entrarte el pánico, dímelo y nos vamos. Nunca obligaría a nadie a estar en
el mundillo del club. No obstante, no te llevaría si no estuviera convencido de que
puedes soportarlo. Creo que te encantará.
Ella asintió y una breve sonrisa se asomó a su bello rostro.
—Yo también. Y estoy lista, en serio.
—Buena chica. Vámonos, entonces.
Una vez fuera paró un taxi. No estaba seguro de si estaría demasiado agitado al final
de la noche. Tal vez demasiada adrenalina, demasiadas endorfinas. Creía que no sería
una buena idea conducir en ese estado.
En el corto trayecto hasta el club, Kara estuvo callada, aunque se apoyaba en él, y su
cuerpo emanaba un calor agradable a través del vestido y la gabardina. Cuando le puso
la mano en el muslo, ardía.
Qué piel más cálida y sedosa. Sin embargo, lo que venía a continuación era aún
mejor.
Pararon justo delante del club, un almacén de ladrillo gris con un portón rojo. Dante
le hizo un gesto con la cabeza al portero, que le reconoció por sus frecuentes visitas y
les dejó pasar. El interior de la planta principal del club estaba poco iluminado en rojo
y ámbar; las paredes eran oscuras. Alrededor de la sala había todo tipo de objetos: