Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 24

—Sí, eres preciosa. Madre mía… Mucho mejor de lo que había imaginado. Se arrodilló sobre la cama y se le antojó enorme, imponente, mientras la hacía recostar en el colchón. Notó la suavidad del edredón de algodón en la espalda. Notó también la calidez de su aliento cuando le susurró: —Necesito verte los tatuajes. Quiero ver cómo llevas la piel marcada antes de que lo haga yo: marcarte. Quiero ver lo guapa que eres. Le cogió los pechos con ambas manos al tiempo que hablaba y lo único que pudo hacer ella fue suspirar al notar la calidez de sus palmas y la piel de su torso, que presionaba sus duros pezones. La besó en la mejilla y en el cuello, jugueteó con sus senos, primero con suavidad, y luego le pellizcó los pezones. —¡Oh! —¿Duele? —Un… un poco. Pero me gusta también. —Muy bien. ¿Sabes lo que son las palabras de seguridad? —Sí. —Dime cuáles son las tuyas. —«Amarillo» si es demasiado y significa que vayas más despacio. «Rojo» quiere decir que pares. —Sí, excelente. Puedes confiar en mí; las respetaré. ¿Te parece bien? —Sí. Volvió a pellizcarla, esta vez lo suficientemente fuerte para hacer que se le cortara la respiración. —¿Te sigue gustando? —Oh, sí. Se notaba el sexo mojado y algo dolorido. Tenía que volver a correrse. —Tócame, preciosa —le ordenó. Mischa le pasó la mano por los calzoncillos de algodón y se deleitó al oír cómo se quedaba sin aliento. Era grande y duro como el acero. Ella bajó la vista, metió la mano por la abertura de sus calzoncillos y le sacó el pene. Era muy bonito. Estaba duro y tenía la punta hinchada. La piel era como terciopelo y del mismo color dorado del resto del cuerpo. Era tan grueso que no podía rodearlo con los dedos. Se relamió otra vez. —Acaríciame —le pidió. Ella empezó a deslizar la mano por el fuerte eje, arriba y abajo, despacito. —Ah, sí, me gusta. Mientras, Connor le acariciaba los pechos con las palmas, que le parecían muy suaves y que solo se detenían para pellizcarle los pezones. Ella ardía de ganas por él. Le encantaba esta delicada tortura. Le encantaba el contraste de sus caricias suaves y sus pellizcos bruscos. Le gustaba tanto que no tenía la necesidad de cuestionar la autoridad que ejercía sobre ella en este momento. Él se le fue acercando más hasta que acomodó uno de sus muslos entre los suyos y lo usó para apretarle un poco el sexo. —Me gusta lo mojada que estás por mí, Mischa.