Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 291
empapada en sudor, y cuando me atrae hacia él su corazón late con fuerza. Me mira
fijamente, como para asegurarse de que realmente estoy aquí. Le acaricio el cabello
con ternura y después la mejilla.
—Christian, por favor. Estoy aquí. No me voy a ir a ningún sitio —le digo
con dulzura.
—Oh, Ana —musita.
Me coge la barbilla y la acerca hasta que su boca está sobre la mía. El
deseo le invade e instantáneamente mi cuerpo responde… está tan ligado y
sincronizado al suyo. Posa los labios sobre mi oreja, en mi cuello, y nuevamente en mi
boca, sus dientes tiran suavemente de mi labio inferior, su mano sube por mi cuerpo, de
la cadera al pecho, arrastrando la camiseta hacia arriba. Acariciándome, sintiendo
bajo sus dedos las simas y las turgencias de mi piel, consigue provocar en mí la ya tan
familiar reacción, haciendo que me estremezca en lo más profundo. Gimo cuando su
mano se curva en torno a mi seno y sus dedos se agarran al pezón.
—Te deseo —murmura.
—Estoy aquí para ti. Solo para ti, Christian.
Gruñe y me besa una vez más apasionadamente, con un fervor y una
desesperación que no había sentido nunca en él. Cojo el bajo de su camiseta, tiro y él
me ayuda a quitársela por la cabeza. Luego se arrodilla entre mis piernas, me
incorpora presurosamente y me despoja de la mía.
Sus ojos se ven serios, anhelantes, llenos de oscuros secretos…
vulnerables. Coloca las manos alrededor de mi cara y me besa, y caemos de nuevo en
la cama. Está medio tendido sobre mí, con uno de sus muslos entre los míos, y siento su
erección presionando contra mi cadera a través de sus boxers. Me desea, pero, de
repente, sus palabras de antes, lo que dijo sobre su madre, escogen este momento para
volver a rondar por mi mente y atormentarme. Y es como un cubo de agua fría sobre mi
libido. Maldita sea… No puedo hacer esto, ahora no.
—Christian… para. No puedo hacerlo —susurro apremiante junto a su
boca, empujando sus antebrazos con las manos.
—¿Qué? ¿Qué pasa? —murmura, y empieza a besarme el cuello, y me
desliza la punta de la lengua por la garganta.
Oh…
—No, por favor. No puedo hacerlo, ahora no. Necesito un poco de tiempo,
por favor.
—Oh, Ana, no le des tantas vueltas —susurra mientras me mordisquea el
lóbulo.
—¡Ah! —jadeo, sintiéndolo en la entrepierna, y mi cuerpo se arquea,
traicionándome.
Todo resulta tan confuso…
—Yo sigo siendo el mismo, Ana. Te quiero y te necesito. Tócame. Por