Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 221

Querida Anastasia: Me gustaría mucho quedar para comer contigo. Creo que empezamos con mal pie, y me gustaría arreglarlo. ¿Estás libre algún día de esta semana? Elena Lincoln Oh, no… ¡la señora Robinson, no! ¿Cómo demonios ha conseguido mi dirección de correo electrónico? Me cojo la cabeza entre las manos. ¿Qué más puede pasar hoy? Suena mi teléfono, levanto cansinamente la cabeza y contesto mirando el reloj. Solo son las diez y veinte, y ya desearía no haber salido de la cama de Christian. —Despacho de Jack Hyde, soy Ana Steele. Una voz dolorosamente familiar me increpa: —¿Podrías, por favor, borrar el último e-mail que me has enviado e intentar ser un poco más prudente con el lenguaje que utilizas en los correos de trabajo? Ya te lo dije, el sistema está monitorizado. Yo haré todo lo posible para minimizar los daños desde aquí. Y cuelga. Santo Dios… Me quedo mirando el teléfono. Christian me ha colgado. Este hombre está pisoteando mi incipiente carrera profesional… ¿y va y me cuelga? Fulmino el auricular con la mirada, y si no estuviera completamente paralizada, sé que mi mirada terrorífica lo pulverizaría. Accedo a mis correos electrónicos, y borro el último que le he enviado. No es tan grave. Solo mencionaba los azotes y, bueno, los latigazos. Vaya, si le avergüenza tanto no debería hacerlo, maldita sea. Cojo la BlackBerry y le llamo al móvil. —¿Qué? —gruñe. —Me voy a Nueva York tanto si te gusta como si no —le digo entre dientes. —Ni se te ocurra… Cuelgo, dejándole a mitad de la frase. Siento una descarga de adrenalina por todo el cuerpo. Ya está… para que se entere. Estoy muy enfadada. Respiro profundamente, intentando recuperar la compostura. Cierro los ojos, e imagino que estoy en mi lugar soñado. Mmm… el camarote de un barco, con Christian. Rechazo la imagen porque ahora mismo estoy tan enfadada con él que no puede estar presente en mi lugar soñado. Abro los ojos, cojo tranquilamente mi libreta de notas y repaso con cuidado mi lista de cosas por hacer. Inspiro larga y profundamente: he recobrado el equilibrio. —¡Ana! —grita Jack, y me sobresalto—. ¡No reserves ese vuelo! —Oh, ya es demasiado tarde. Ya lo he hecho —contesto. Él sale de su despacho y se me acerca con paso enérgico. Parece disgustado. —Mira, ha pasado una cosa. Por la razón que sea, de repente todos los