Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 156
—Fairmont Olympic. A mi nombre.
—Gracias, Taylor. Y, Taylor… ten mucho cuidado.
Taylor se queda callado.
—Sí, señor —dice en voz baja, y Christian cuelga.
Las calles de Seattle están desiertas, y Christian recorre a toda velocidad la
Quinta Avenida hacia la interestatal 5. Una vez en la carretera, con rumbo hacia el
norte, aprieta el acelerador tan a fondo que el impulso me empuja contra el respaldo de
mi asiento.
Le miro de reojo. Está sumido en sus pensamientos, irradiando un silencio
absoluto y meditabundo. No ha contestado a mi pregunta. Mira a menudo el retrovisor,
y me doy cuenta de que comprueba que no nos sigan. Quizá por eso vamos por la
interestatal 5. Yo creía que el Fairmont estaba en Seattle.
Miro por la ventanilla, e intento ordenar mi mente exhausta e hiperactiva. Si
ella quería hacerme daño, tuvo su gran oportunidad en el dormitorio.
—No. No es eso lo que espero, ya no. Creí que había quedado claro.
Christian interrumpe con voz dulce mis pensamientos.
Le miro y me envuelvo con la chaqueta tejana, aunque no sé si el frío
proviene de mi interior o del exterior.
—Me preocupa, ya sabes… no ser bastante para ti.
—Eres mucho más que eso. Por el amor de Dios, Anastasia, ¿qué más tengo
que hacer?
Háblame de ti. Dime que me quieres.
—¿Por qué creíste que te dejaría cuando te dije que el doctor Flynn me
había contado todo lo que había que saber de ti?
Él suspira profundamente, cierra los ojos un momento y se queda un buen
rato sin contestar.
—Anastasia, no puedes ni imaginar siquiera hasta dónde llega mi
depravación. Y eso no es algo que quiera compartir contigo.
—¿Y realmente crees que te dejaría si lo supiera? —digo en voz alta, sin
dar crédito. ¿Es que no comprende que le quiero?—. ¿Tan mal piensas de mí?
—Sé que me dejarías —dice con pesar.
—Christian… eso me resulta casi inconcebible. No puedo imaginar estar
sin ti.
Nunca…
—Ya me dejaste una vez… No quiero volver a pasar por eso.
—Elena me dijo que estuvo contigo el sábado pasado —susurro.
—No es cierto —dice, torciendo el gesto.
—¿No fuiste a verla cuando me marché?
—No —replica enfadado—. Ya te he dicho que no… y no me gusta que
duden de mí —advierte—. No fui a ninguna parte el pasado fin de semana. Me quedé