Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 105

Sin dejar de mirarme fijamente, se pone de pie, saca un envoltorio plateado del bolsillo y me lo lanza, y después se quita los pantalones y los calzoncillos con un único y rápido movimiento. Yo rasgo el paquetito con avidez, y cuando él vuelve a tumbarse a mi lado, le coloco el preservativo despacio. Me agarra las dos manos y se tumba de espaldas. —Tú encima —ordena, y me coloca a horcajadas de un tirón—. Quiero verte. Oh… Me conduce, y yo me dejo deslizar dentro de él con cierta indecisión. Cierra los ojos y flexiona las caderas para encontrarse conmigo, y me colma, me dilata, y cuando exhala su boca dibuja una O perfecta. Oh, es una sensación tan agradable… poseerle y que me posea. Me coge las manos, y no sé si es para que mantenga el equilibrio o para impedir que le toque, aun cuando ya he trazado mi mapa. —Me gusta mucho sentirte —murmura. Yo me alzo de nuevo, embriagada por el poder que tengo sobre él, viendo cómo Christian Grey se descontrola debajo de mí. Me suelta las manos y me sujeta las caderas, y yo apoyo las manos en sus brazos. Me penetra bruscamente y me hace gritar. —Eso es, nena, siénteme —dice con voz entrecortada. Yo echo la cabeza atrás y hago exactamente eso. Eso que él hace tan bien. Me muevo, acompasándome a su ritmo con perfecta simetría, ajena a cualquier pensamiento lógico. Solo soy sensación, perdida en este abismo de placer. Arriba y abajo… una y otra vez… Oh, sí… Abro los ojos, bajo la vista hacia él con la respiración jadeante, y veo que me está mirando con ardor. —Mi Ana —musita. —Sí —digo con la voz desgarrada—. Siempre. Él lanza un gemido, vuelve a cerrar los ojos y echa la cabeza hacia atrás. Oh, Dios… Ver a Christian desatado basta para sellar mi destino, y alcanzo el clímax entre gritos, todo me da vueltas y, exhausta, me derrumbo sobre él. —Oh, nena —gime cuando se abandona y, sin soltarme, se deja ir. *** Tengo la cabeza apoyada sobre su pecho, en la zona prohibida. Mi mejilla anida en el vello mullido de su esternón. Jadeo, radiante, y reprimo el impulso de juntar los labios y besarle. Estoy tumbada sobre él, recuperando el aliento. Me acaricia el pelo y me pasa la mano por la espalda y me toca, mientras su respiración se va tranquilizando. —Eres preciosa. Levanto la cabeza para mirarle con semblante escéptico. Él responde frunciendo el ceño e inmediatamente se sienta y, cogiéndome por sorpresa, me rodea con el brazo y me sujeta firmemente. Yo me aferro a sus bíceps; estamos frente a frente.