Literatura BDSM Cincuenta sombras liberadas | Page 21
—A Londres —dice mirándome fijamente para ver mi reacción.
Doy un respingo. Madre mía… Pensaba que iríamos a algún sitio como Nueva York o Aspen, o incluso al
Caribe. Casi no me lo puedo creer. La ilusión de mi vida siempre ha sido ir a Inglaterra. Siento que una luz se
enciende en mi interior: la luz incandescente de la felicidad.
—Después París.
¿Qué?
—Y finalmente el sur de Francia.
¡Uau!
—Sé que siempre has soñado con ir a Europa —me dice en voz baja—. Quiero hacer que tus sueños se
conviertan en realidad, Anastasia.
—Tú eres mi sueño hecho realidad, Christian.
—Lo mismo digo, señora Grey —me susurra.
Oh, Dios mío…
—Abróchate el cinturón.
Le sonrío y hago lo que me ha dicho.
Mientras el avión se encamina a la pista, nos bebemos el champán sonriéndonos bobaliconamente. No me
lo puedo creer. Con veintidós años por fin voy a salir de Estados Unidos para ir a Europa, a Londres para ser
más exactos.
Después de despegar Natalia nos sirve más champán y nos prepara el banquete nupcial. Y menudo
banquete: salmón ahumado seguido de perdiz asada con ensalada de judías verdes y patatas dauphinoise,
todo cocinado y servido por la tremendamente eficiente Natalia.
—¿Quiere postre, señor Grey? —le pregunta.
Niega con la cabeza y se pasa un dedo por el labio inferior mientras me mira inquisitivamente con una
expresión oscura e inescrutable.
—No, gracias —murmura sin romper el contacto visual conmigo.
Cuando Natalia se retira, sus labios se curvan en una sonrisita secreta.
—La verdad —vuelve a murmurar— es que había planeado que el postre fueras tú.
Oh… ¿aquí?
—Vamos —me dice levantándose y tendiéndome la mano. Me guía hasta el fondo de la cabina.
—Hay un baño ahí —dice señalando una puertecita, pero sigue por un corto pasillo hasta cruzar una puerta
que hay al final.
Vaya… un dormitorio. Esta habitación también es de madera de arce y está decorada con colores crema.
La cama de matrimonio está cubierta de cojines de color dorado y marrón. Parece muy cómoda.
Christian se gira y me rodea con sus brazos sin dejar de mirarme.
—Vamos a pasar nuestra noche de bodas a diez mil metros de altitud. Es algo que no he hecho nunca.
Otra primera vez. Me quedo mirándole con la boca abierta y el corazón martilleándome en el pecho… el
club de la milla. He oído hablar de él.
—Pero primero tengo que quitarte ese vestido tan fabuloso.
Le brillan los ojos de amor y de algo más oscuro, algo que me encanta y que despierta a la diosa que llevo