Literatura BDSM Cincuenta sombras de Grey ( E.L. James ) | Page 400
despacio… entrando hasta el fondo… observándome mientras me toma.
Gruño, cerrando los ojos, y saboreo la sensación, la absoluta penetración. Él
mueve las caderas y yo gimo, inclinándome hacia delante y descansando la frente
en la suya.
—Suéltame las manos, por favor —le susurro.
—No me toques —me suplica y, soltándome las manos, me agarra las caderas.
Me aferro al borde de la bañera, subo y luego bajo despacio, abriendo los ojos
para verlo. Me observa, con la boca entreabierta, la respiración entrecortada,
contenida, la lengua entre los dientes. Resulta tan… excitante. Estamos mojados y
resbaladizos, frotándonos el uno contra el otro. Me inclino y lo beso. Él cierra los
ojos. Tímidamente, subo las manos a su cabeza y le acaricio el pelo, sin apartar mi
boca de la suya. Eso sí está permitido. Le gusta. Y a mí también. Nos movemos al
unísono. Tirándole del pelo, le echo la cabeza hacia atrás y lo beso más
apasionadamente, montándolo, cada vez más rápido, siguiendo su ritmo. Gimo en
su boca. Él empieza a subirme más y más deprisa, agarrándome por las caderas.
Me devuelve el beso. Somos todo bocas y lenguas húmedas, pelos revueltos y
balanceo de caderas. Todo sensación… devorándolo todo una vez más. Estoy a
punto… Empiezo a reconocer esa deliciosa contracción… acelerándose. Y el agua
gira a nuestro alrededor, formando nuestro propio remolino, un torbellino de
emoción, a medida que nuestros movimientos se vuelven más frenéticos…
salpicando agua por todas partes, reflejando lo que sucede en mi interior… pero
me da igual.
Amo a este hombre. Amo su pasión, el efecto que tengo en él. Adoro que haya
volado hasta aquí para verme. Adoro que se preocupe por mí… que le importe. Es
algo tan inesperado, tan satisfactorio. Él es mío y yo soy suya.
—Eso es, nena —jadea.
Y me corro; el orgasmo me arrasa, un clímax turbulento y apasionado que me
devora entera. De pronto, me estrecha contra su cuerpo, enrosca los brazos a mi
cintura y se corre él también.
—¡Ana, nena! —grita, y la suya es una invocación feroz, que me llega a lo más
hondo del alma.
Estamos tumbados, mirándonos, de ojos grises a azules, cara a cara, en la inmensa
cama, los dos abrazados a nuestras almohadas. Desnudos. Sin tocarnos. Solo
mirándonos y admirándonos, tapados con la sábana.
—¿Quieres dormir? —pregunta Christian con voz tierna y llena de