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La Resurrección: Una Promesa Cumplida
Los apóstoles son testigos del hecho que Jesús fue resucitado de los muer-
tos. Por tanto, no tiene ningún sentido que alguien que cree en el evangelio,
enseñe que no hay resurrección, porque ya ha aceptado un mensaje que
proclama la resurrección. Si el mensaje está defectuoso en su base, no tiene
sentido predicarlo, y todos deberían abandonarlo y olvidarse de él.
Y si el mensaje está equivocado, los apóstoles son mentirosos: “Aun más,
resultaríamos falsos testigos de Dios por haber testificado que Dios resucitó
a Cristo, lo cual no habría sucedido, si en verdad los muertos no resucitan”
(v. 15).
Pero el problema se hace aun mayor que eso. Pablo señala otra consecuen-
cia lógica: “Y si Cristo no ha resucitado, la fe de ustedes es ilusoria y todavía
están en sus pecados” (v. 17). El mensaje del evangelio proclama que Jesús
murió por nuestros pecados—pero si el mensaje del evangelio está errado
acerca de Su resurrección, no tenemos razón para creer la otra parte del
mensaje, que Su muerte se hizo cargo de nuestros pecados. El mensaje de la
resurrección está conectado lógicamente con el mensaje de la crucifixión. Si
uno es falso, el otro también lo es. Y si la gente muere sin ningún perdón, sin
ninguna esperanza de vivir otra vez, entonces no tenía sentido que ellos
aceptaran el evangelio: “En este caso, también están perdidos los que murie-
ron en Cristo. Si la esperanza que tenemos en Cristo fuera sólo para esta
vida, seríamos los más desdichados de todos los mortales”(vv. 18-19).
En esta vida, corremos el riesgo de ser perseguidos por seguir a Cristo. Re-
nunciamos a nuestros tesoros temporales y placeres en este mundo, pero si
esta vida es todo lo que tenemos, ¿por qué deberíamos renunciar a todo? Si
renunciamos a todo por un mensaje que ni siquiera era verdadero, seríamos
justamente ridiculizados.
Jesús, el primero de muchos
Pero el evangelio dice que en Cristo tenemos esperanza de una vida futura, y
ella reposa en la resurrección de Jesús. La Resurrección conmemora no sólo
el hecho de que Jesús volvió a la vida—se convierte en una promesa para
nosotros de que también volveremos a la vida. Si Él no se levantó otra vez,
no tenemos esperanza, ni en esta vida ni en la siguiente. Pero Él sí se levan-
tó, y por lo tanto, sí tenemos esperanza. Pablo reafirma la buena noticia: “Lo
cierto es que Cristo ha sido levantado de entre los muertos, como primicias
de los que murieron” (v. 20).
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