Libre Fantasía Marzo 2017 | Page 27

27 LibreFantasía/Vol.01

El sofoco empezaba a notarse tanto en los jamelgos como los jinetes, y uno podía dar gracias de que el sol estaba escondido entre esas nubes amenazantes de otra tormenta. Pasó un rato y fue entonces cuando los caballos empezaron a inquietarse; el corazón de las monturas latía como el tumultuoso movimiento de la rama a punto de caer; era el susurro del maldito bosque de Mertx. Y aunque transitaban por el camino, a ambos lados, entre la frondosidad, la atenta mirada de la bruja acechaba en cada sombra. Los jinetes que hace unos momentos reían, ahora no dejaban de observar a su alrededor; el miedo se apoderaba de ellos. El viento resonaba con el ímpetu de los tubos de un órgano maldito, rompiendo el inquietante silencio y dejaba en la fina brisa los susurros de las maldiciones del inframundo.

—Jinetes —alzó la voz Hussmar—, quinientas varas quedan para pasar la peor parte del sendero, abrid bien los ojos —intentó levantar la moral de los guardias.

«Puedo notar que alguien nos vigila» pensó mientras escudriñaba la oscuridad de su alrededor.

—Por cierto —dijo Rohman, mientras buscaba la mirada en guardia de su compañero de magia—. Hacía años que no cruzaba por estos senderos, y no puedo comprender por qué están tan cerca los árboles, ¿no es obligación de Koppens?

Hussmar sacudió la cabeza resignado.

—Si algo he aprendido de tanto viajar es la desidia de los reyes en las vías comerciantes, pero esta se lleva la palma…

—A nuestro regreso, a los reyes de Ergerder les expondré tal dejadez. No puede pasar por alto —remarcó Rohman.

Hussmar le devolvió la mirada.

Entonces fue cuando una niebla emergió de entre la espesura, y con ella el aire se enrareció; parecía el vapor que producía el hierro candente.

—¡Maldición! —gritó y agarró el casco y lo tiró al suelo—. Salid de mi vista —no paraba de lanzar los brazos en el aire, como si intentará matar una mosca.

Rohman al ver la situación, ejecutó un conjuró de luz: una pequeña vela mágica que iluminaba en cierta medida el camino.

—Yrgit —le dijo, levantando la creación que levitaba a escasos centímetros de la palma de mano—, que la luz de Doz te guíe; no escuches las voces —terminó, y fue cuando vio por unos instantes lo que el guardia había visto: los ojos de la bruja; ojos demoníacos de naturaleza indómita y amenazadora muerte, y que brillan como el fuego avivado.

«Nos acecha…» se dijo a sí mismo, Rohman.