17 LibreFantasía/Vol.01
–Esto es una caja de demonios –Andrew la alzó, como para que los demás vieran, después se la puso entre las piernas para leer una explicación en el libro–: Los cacodemonios son los espíritus domésticos cautivos en una caja de demonios, a los cuales se puede ordenar cumplir cualquier tarea. Pero, debe ejercerse especial cautela. Si estos espíritus escapan de la caja, crearán destrozos innúmeros y de toda clase a su paso. Procure asignarles deberes que no precisen más de una persona. Bastará abrir la tapa de vuestra caja de demonios y recitar “daemon expērtus” para hacer salir a uno de ellos. Completada la tarea, será reabsorbido.
Karl se imaginó a dónde iba Andrew.
–No me gustaría que un cacodemonio hiciera mi trabajo –expresó con preocupación–. Devuelve eso donde Igor lo tenía y haz los filtros y el matarratas tú mismo.
–Karl tiene razón –dijo Jayn con gesto serio–. Yo también haré mi trabajo por mí misma. Deberías hacer igual.
–Bien, os lo perderéis entonces.
Karl volvió a la mesa donde elaboraba los amuletos y Jayn salió a buscar el hacha. Andrew devolvió el libro a su sitio, pero se quedó con la caja de los demonios. Abrió la tapa. “daemon expērtus”, recitó grandilocuente.
Karl se levantó de su banco aprisa y se la arrebató.
–¿Qué has hecho, idiota?
La caja se puso tan caliente que la dejó caer al instante. Se sintió como plomo en la hornaza. De ella, salió un líquido maloliente y parduzco, parecido al que brotaba del pozo ciego atrás de la casa al desbordarse. Luego, ese fluido se concentró en una burbuja sucia. Se le formaron piernas y brazos escamosos con dedos lobulados y una cabeza de orejas puntiagudas. Al final de aquel proceso, la criatura resultante movió los ojos de un lado al otro, rápido, como si algo le asustara y a la vez tratase de reconocer dónde estaba. Enseguida, hizo una reverencia.
–¿Llamasteis? –dijo con una vocecilla chillona que sonaba nerviosa, casi infantil.
–Sí –dijo Andrew–. Quiero que vacíes el matarratas en esos frascos de ahí y los rotules. –Señaló una hilera de recipientes de vidrio frente a la chimenea.
El demonio se acercó al fuego. Sacó de ahí el pocillo con veneno y vertió el contenido con cuidado en los frascos hasta acabárselo. Después, cogió una barra de grafito de la mesa de Karl y escribió “matarratas”, con la misma letra de Andrew, en el espacio pintado de blanco que se usaba para indicar el contenido. Ni bien rotuló el último, la caja de demonios se abrió y aspiró al engendro del averno.