manifestaciones extrañando a Uyinene, a Gill, asesinada por su esposo, a
Leighandre, asesinada por su ex-esposo policía, y otros cuatro casos más
no se hicieron esperar. Todos los casos fueron recientes (New Yorker,
2020).
Sin abordar casos particulares, veamos lo que pasa en el mundo: en
Francia, a finales de 2019 miles de mujeres e integrantes de colectivos
feministas de #NousToutes marcharon contra la violencia de género y en
honor a 130 mujeres cuyas vidas fueron tomadas por sus ex-parejas (Al
Jazeera, 2019). En Reino Unido, un estudio realizado en 2018 sugiere
que del total de los homicidios de mujeres perpetrados por hombres (o
feminicidios como podríamos argumentar), 61% de esas mujeres fueron
asesinadas por sus parejas o ex-parejas. El Femicide Census encontró
que un tercio de las 149 víctimas identificadas fueron despojadas de su
vida mientras intentaban alejarse de su pareja (BBC, 2020). Multitudes
marcharon por las calles de Moscú para criticar al gobierno ruso que no
ha hecho caso a las exigencias de las mujeres en materia de seguridad y
violencia de género, en Afganistán se busca que se proteja a las mujeres
de la creciente violencia sexual, en Sudán cientos de mujeres corearon:
"Libertad, paz y justicia" (Al Jazeera, 2019).
Ejemplos hay muchos. No confundamos el propósito de un feminicidio
como concepto que aglomera aquellos casos que atentan contra la vida,
la dignidad e integridad de las mujeres. Evidentemente habrán más
homicidios que feminicidios, por clara mayoría numérica de casos. La
lucha por la seguridad es una justa y amplia porque nos concierne a
todos por igual, sin embargo, eso no significa que los defensores de esa
causa tengan el derecho de deslegitimar otra igualmente justa pero
distinta.
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