LETRINA
escritora
Número 8
sino
simple
lectora
apasionada,
Septiembre 2016
ahora
jugaba
un
papel
fundamental en la redacción de las aventuras del detective Tarántula.
Ocultando las manos detrás del pupitre tanto como pudo, Valeria respondió
al mensaje de Jeremías.
“Lo leo al rato y te escribo, ahorita estoy en clase”.
Un par de horas más tarde, cómodamente instalada en el estudio de la
casa que compartía con su madre, Valeria abrió su lap top y se dispuso
a leer el archivo que le había enviado Jeremías.
“El vientre de la ballena era el nombre de un bar de mala muerte que se
encontraba en la parte vieja de la ciudad, y del cual -según McGuffin –
Susana era una parroquiana asidua.
Desde su llegada, Tarántula quedó sorprendido por lo sórdido y mugriento
del
lugar.
No
es
que
no
hubiese
estado
acostumbrado
a
pisar
establecimientos aún más decadentes - su trabajo como huelebraguetas le
obligaba a codearse con las compañías menos recomendables – sino que de
algún modo le costaba imaginar que alguien como la adivina frecuentara
por gusto un sitio así.
Le bastó una rápida ojeada para darse cuenta de que, por lo menos ese
día,
Susana
no
estaba
entre
los
contados
asistentes.
Un
par
de
borrachines sentados junto a una rockola grasienta se repartían los
favores de una fichera gorda y vieja, y un oficinista con la camisa
desfajada dormitaba frente a su tarro
medio vacío en la barra. Aparte
de ellos y las omnipresentes cucarachas, el cantinero parecía ser el
único otro ser viviente del tugurio.
Con gesto decidido, Tarántula se despojó del sombrero y la gabardina y
los colocó sobre la barra. Luego, tomó asiento en un banquillo al lado
del burócrata y se pidió una cerveza.
- Estoy buscando a una persona - le dijo al cantinero después de
dar el primer trago.
El aludido volteó a ver al tipo de la camisa desfajada como si tuviera
que pedirle permiso para hablar.
- No estoy seguro de poder ayudarle – dijo al cabo de un rato.
- Se trata de una mujer, una gitana – continuó Tarántula sin
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