LETRINA
Número 8
Septiembre 2016
Carlos Wilfredo Trejo
Pequeñas preguntas
Tengo tantas preguntas que hacerte, aunque sólo dos se han mantenido
desde el principio y me siguen estorbando. Las guardo en bolsillos
separados, para que no se peleen entre ellas y se terminen matando. No
es que me caigan bien, al contrario, las odio bastante, pero prefiero
que se diluyan a que se coman —¿Has pensado qué sucede cuando una
pregunta se come a otra pregunta? Yo creo que surge una pregunta peor,
más pesada, más violenta, y es a ella a la que le tengo miedo—. Estas
preguntas son pequeñas, con muchos dientes, negras y llenas de pelos.
Gruñen todo el tiempo. Por eso después de guardarlas procuro olvidarme
que las tengo. Mejor me pongo a trabajar, a escribir, a escuchar
música, a ver la lluvia. Porque cuando recuerdo que las traigo es como
si
les
hubiera
empujado
un
poco
las
costillas
con
mi
dedo
y
se
despiertan y comienzan a gritar. Al principio no me dejaban dormir.
Debo confesar que fue mi culpa por haberles abierto la puerta de mi
habitación
y
dejarlas
pasar.
¡Oh
gran
error!
Llegaron
ellas
acompañadas de varias otras pequeñas y horribles preguntas. Muchas ya
se han ido, otras murieron de hambre, otras se fueron perdiendo en el
camino. Pero esas dos. Esas dos se me prendieron de las orejas, se
quedaron a vivir ahí dentro, por eso no las había localizado —y no
creas que no había intentado eliminarlas—. Lo más que pude hacer fue
mostrarles algunas migas de pan y engañarlas para que en lugar de que
vivieran en el hueco de mis oídos se fueran a vivir a mis bolsillos.
Al menos ahí ya no estorban tanto. Al menos ahí puedo tratar de
olvidarlas. Esas preguntas, ahora lo sé, sólo morirán cuando vuelvan a
beber del sonido de tu voz.
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