LETRINA Número 8 Septiembre 2016
recolectar información relacionada a la desaparición de su esposa. En su obsesión, involucraba a la servidumbre, a los empleados del corporativo e incluso a su hijo, en esa interminable búsqueda.
Efrén me dio la bienvenida de manera educada y atenta, sin expresar mayor emoción. Dio instrucciones a un empleado para que llevara mis maletas a una camioneta que nos seguiría, subimos a un Mercedes Benz AMG que estaba estacionado cerca del jet en el que llegué. Una vez sentados, con voz tranquila y casi apagada, me preguntó sobre mi vuelo y la comida. Respondí que todo había sido adecuado, aunque en realidad había sido de una sobrada exquisitez. No pareció importarle y se mantuvo callado e inmutable, escuchando la música clásica que sonaba. Quizá unos veinte minutos después, un auto deportivo amarillo, con música a todo volumen, se alineó en un cruce a un lado de nosotros. Dos mujeres, de acento brasileño y de la edad de Efrén, que coreaban una canción desconocida para mí, voltearon a vernos entre risas y nos saludaron. Para aquel par de mujeres yo fui invisible, como si no estuviera presente. Efrén les sonrió con la misma indiferencia que tuvo hacia mí al saludarme y ellas continuaron bailando, haciendo movimientos acordes al ritmo de lo que escuchaban. Se dijeron algo que no alcancé a escuchar, aceleraron y a lo lejos se escuchó un grito de festejo que fue perdiendo volumen. Traté de decir algún comentario apropiado, pero mi intento se truncó justo al pronunciar un par de palabras sin sentido. Me sentí torpe y me preocupé por la impresión que estaba dando, pero al ver la seriedad que había regresado rápidamente al rostro de Efrén retomé mi inmutabilidad como si nada hubiese sucedido en los últimos minutos.
En el lobby del hotel había cinco personas esperando a que se les asignara una habitación: una pareja de recién casados, un par de hombres calvos, de unos cincuenta años – uno de mejillas rosadas y otro con gafas –, y yo. Efrén se había quedado en la puerta principal para dar instrucciones sobre mi equipaje. Mientras esperaba, alcancé a escuchar que el hombre de mejillas rosadas le contaba al de gafas sobre el sueño recurrente que tenía uno de sus pacientes. Su
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