LETRINA
Número 8
Septiembre 2016
Elías Urdánigo
Weekend Hole
.
Regreso a casa que no es una casa, sino un modesto departamento con un
alquiler bastante desproporcionado. Es la peor hora. La noche de un
sábado solitario. Pequeños espejismos se cuelan como púas de alambre
en la carne. Una mujer que amé, un hijo olvidado; un pasado que aún
viene como lluvia de ácido en las noches solitarias. Mientras camino
un
gato
amarillo
me
sorprende
agazapado
en
la
oscuridad
de
un
callejón. Me mira de una forma que sólo puedo definir como triste. Tal
vez los gatos también se entristecen. Algún psicólogo de animales de
Nueva York despejaría mi duda con prontitud. Sin embargo Nueva York
está lejos y seguro el dueño de este gato no podría pagarse una
consulta. Abro la puerta. Todo está en silencio pero dentro hay un
incendio que se propaga lentamente. En el fregadero hay platos sin
lavar de toda la semana. El olor es agrio y pesado, de seguro se ha
extendido a los demás departamentos; uno de estos días encontraré una
nota de desalojo. Mientras tanto abro las ventanas, lo último que haré
será lavar los platos. Abro el refrigerador y encuentro el empaque de
mis vitaminas; una todas las mañanas. Esta mañana olvidé tomarla.
Busco algo líquido, sólo encuentro los restos de vino de alguna vieja
celebración cuyo motivo ya no recuerdo. Me levanto la botella y me
trago la capsula, esto sabe
a loser and misfit, pura inconsistencia.
Necesito algo para llenar el estómago. No hay siquiera restos de pizza
congelada. El hambre se retrae como un niño famélico. Me recuesto en
la cama y enciendo el televisor. Media hora después el tono sicodélico
de mi celular me despierta. Laura me invita a un bar donde bebe en
compañía de Beto y Patricia. Patricia quiere conocerme. También está
sola. También le han roto el corazón. Yo no estoy sólo, me tengo a mí
–trato de que suene a burla, pero algo silba como una tubería rota en
mi garganta, digo: También tengo a Vanesa una vez por semana.
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¿Y
hoy
qué
pasó?,
¿no
es
todos
los
sábados
que
ella