LETRINA
Número 8
Septiembre 2016
tenía los mandalas ya estaba impregnada de ella.
Y eso no fue lo peor, después de siete años sin ninguna relación
sentimental
había
conseguido
una
pareja
en
Tinder.
Ya
estábamos
pensando en vivir juntos, pero el romanticismo se rompió pues cuando
hacíamos el amor, la respiración llegaba, y yo comenzaba a insultarla
y por supuesto perdía la concentración. Mi novio se cansó y me dejó
porque según él estaba loca.
Dejé de ir al yoga. Me dediqué durante varias noches a grabar con
mi
teléfono la
respiración
para
mostrarle al
mundo
que
no
estaba
enferma, pero casualmente dejó de hacer acto de presencia.
Cambié de hobbie y decidí que las clases de zumba podrían ser una
alternativa para mi tranquilidad y para producir endorfinas.
Me he
llenado de energía, he sudado al compás de la bachata y de la música
de banda, he bajado de peso, he conocido a señoras que me dan tips
para quitar las manchas de la ropa con Pinol y para conseguir marido.
Sin embargo mi tranquilidad ha vuelto a sacudirse al escuchar cada
noche, justo en mi recámara, las risas de las señoras que bailan, sus
aplausos con cada estribillo y sus exclamaciones cuando termina una
canción. Me despiertan a mitad de la noche, me alteran, me dicen que
baile, que no sea mamona, que soy muy tiesa, que ponga de mi parte.
Son las vocecitas, me invitan, me retan, me hostigan para que cante,
dicen que soy muy rara porque no me sé las letras de las canciones de
Enrique Iglesias, ni de Romeo Santos, ni de esa música de banda que ya
me tiene al borde del colapso.
Abandoné las clases de zumba. Mi cintura volvió a rellenarse, mi
mente a
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malviajarse.
Le
he
contado mis
malestares a
la
vendedora