Possesus
Eduardo Medina.
Estudiante de Creación Literaria en la Universidad Autónoma
de la Ciudad de México.
Alguien me habló todos los días de mi vida
al oído, despacio, lentamente.
Me dijo: ¡vive, vive, vive!
Era la muerte.
JAIME SABINES
Dea se levantó de la cama; todavía le temblaban las piernas. El semen escurría por su sexo hasta la mitad del muslo. Pero no del sexo, del recto, más adentro, de sí misma.
No se molestó en limpiarse. Quería tenerlo hasta el final,
hasta el último instante, apenas, quizá, como un susurro,
o un espasmo, pero adentro al fin. El Coloso fumaba en la
cama sin voltear a mirarla. Dio tres pasos hacia el baño y
la puerta se abrió con un soplo espectral que entró por la
ventana; era el exacto refugio para su vencimiento, para
lidiar con el asco y con la culpa. Cerró la puerta tras su espalda y apenas pudo aguantar las lágrimas. ¿Dónde estás?
Le preguntó al espejo y sólo se vio a sí misma en silencio.
Esta es la última, pensó, es la última… Cerró los ojos e
intentó encontrarse con su orfandad, con su primera pérdida, con el primer recuerdo de su primer dolor: ésta fue
la última, pensó, y volvió a mirarse al espejo esta vez sin
preguntar nada.
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