- ¿Me acusas porque tengo que comer bien y cuidar al bebé? Tengo
seis meses de embarazo y jamás me he quejado de nada. Tengo
miedo que le pase algo al niño.
- Dale con esa pendejada, pareces campaña del gobierno, eres una
hipócrita.
- ¡No nos alimentamos bien, entiéndelo! Es nuestro hijo; porque te
quiero lo estoy protegiendo. Eres un imbécil.
Cristóbal se arrodilló frente a ella, la tomó de la nuca con ambas
manos y comenzó a sacudirle la cabeza, luego le dio un golpe
con el puño cerrado en el vientre. Jandra se dobló por el dolor,
pero Cristóbal se levantó y comenzó a patearla en el abdomen, los
muslos, la cabeza.
Jandra patalea con lentitud en la piscina. Abre y cierra los ojos, y
el efecto de la luz del sol en sus pupilas la tranquiliza. Los risueños
ojos de su hija le acarician el recuerdo, (este dedito se fue al
mercado), los dedos incompletos y malformados en las manitas
de su hija ya no importan con tal de mirarla sonreír. La vida de
refugiada quizá sí es conveniente. Piensa que algún día podrá
reconciliarse con su madre. A pesar de los regaños, le agradece a la
abuela que le permita vivir con ella.
Hace el cálculo de cuánta yerba le queda para el fin de semana que
se quedará sola. Todos los sábados, su abuela lleva a la niña a ver
a la mamá de Jandra. Se ha prometido que del dinero que le dejó
la abuela no gastará ni un centavo en droga, pero… no puede con
tanta soledad.
Adán Echeverría
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