LETRINA LETRINA # 10 Noviembre - diciembre 2013 | Page 16
me causa ese libro miro el reloj y me doy cuenta que es más de media
noche, entonces, tomo mis notas, ordeno los libros y agradezco al
velador que me haya permitido seguir dentro del edificio a esa hora.
Caminaba por las solitarias calles del centro fumando un cigarrillo
cuando escucho el grito desesperado de una mujer, me alteró un
poco y seguí caminando. Unas calles más adelante se repite el grito
pero ahora más cerca. Observo buscando el origen del quejido y
diviso una ligera luz que se escapa de una puerta entreabierta. La
abrí y llegué a un pasillo que marcaba un camino con velas tenues; la
intriga me llevó a caminar cuando escuché cómo la puerta se azotó
estrepitosamente detrás de mí, di un pequeño brinco y cuando me
reincorporé vi una escena que me remontó a las hojas que vi en el
libro de la biblioteca; parecía un sacrificio ritual, había una joven
mujer atada a una mesa de piedra y muchos hombres encapuchados
alrededor coreando en una lengua desconocida para mí. En eso, un
anciano me tomó del hombro y me dijo que la profecía se estaba
cumpliendo, que me estaban esperando. Aquel hombre me empujó
frente a la mesa y descubrí que la joven atada era mi hija Ángeles.
El anciano parecía ser el líder y me explicó hasta con dibujos cómo
tendría que asesinar a mi hija con un cuchillo que él mismo puso en
mis manos.
Recordé que en algún párrafo del libro que me distrajo en la
biblioteca leí que las sectas solamente siguen a un líder, que parecía
ser el anciano. Tomé el cuchillo y agarré al anciano por el cuello
amenazando a todos con matarlo si no soltaban a mi hija. Nadie me
hizo caso y alegaban que el ritual tenía que continuar; al entender su
necedad tuve que cumplir con mi amenaza, maté al anciano, le corté
el cuello con el cuchillo ante la admiración de todos. Entre el barullo,
uno de ellos se quitó la capucha, era Francisco, el pretendiente de mi
hija. Él me confesó haber elaborado un plan para culparme de un
asesinato. El hombre al que maté era un indigente que ellos habían
entrenado para que actuara como líder de la secta y me encaminara
al máximo de mis emociones mostrándome a mi hija amordazada y
atada en una mesa de sacrificio.
Francisco no acababa de explicarme de explicarme cuando la policía
golpeó fuertemente la puerta de entrada, ya habían denunciado.
Al no tener defensa, fui condenado a tres décadas en la cárcel y miré
tristemente cómo mi propia hija me traicionaba para poder cumplir
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