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—¡Por los siglos de los siglos! Ven aquí. Pasa —dijo la Guindilla mayor.
Desaparecieron las dos hermanas en la trastienda. Ya en ella, se contemplaron una a
otra en silencio. La Guindilla menor se mantenía encogida y cabizbaja y humillada. La
mayor aparentaba haber engordado instantáneamente con el regreso y el
arrepentimiento de la otra.
—¿Sabes lo que has hecho, Irene? —fue lo primero que le dijo.
—Calla, por favor —gimoteó la hermana, y se desplomó 233 sobre el tablero de la mesa,
llorando a moco tendido.
La Guindilla mayor respetó el llanto de su hermana. El llanto era necesario para lavar
la conciencia. Cuando Irene se incorporó, las dos hermanas se miraron de nuevo a
los ojos. Apenas precisaban de
brotaba
de
palabras para entenderse. La lo inexpresado: comprensión
—Irene, ¿has...?
—He...
—¡Dios mío!
—Me engañó.
—¿Te engañó o te engañaste?
—Como quieras, hermana.
—¿Era tu marido cuando...?
—No... No lo es ahora, siquiera.
—¡Dios mío! ¿Esperas...?
—No. Él me dijo... él me dijo...
233
Desplomó: cayó